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Es común que cuando se ensalza a la Virgen, a algunos cristianos les dé una cierta comezón…


Es común que cuando se ensalza a la Virgen, ciertos cristianos no adecuadamente ‘escrupulosos’ se resientan, se conmuevan, les entre cierta picazón, les dé comezón, porque en el fondo creen que elogiar a Nuestra Señora va en detrimento de la honra debida al Redentor.

Incluso algunos llegan a hablar de una ‘idolatría’ a la Virgen.

Evidentemente no puede haber esa idolatría; realmente creemos que no existe verdadero cristiano que equipare a la Virgen con Dios.

Sin embargo, la devoción a la “divina María” (la expresión no es nuestra sino de San Luis de Montfort) sí es un instrumento utilísimo y de necesidad relativa para la salvación. Y por tanto, elogiar a la Virgen, mostrar sus inconmensurables cualidades, es algo que mueve a la devoción, y por tanto a la salvación. Entremos en materia.

Miremos lo que dice Royo Marín sobre la necesidad de la devoción a la Virgen para la salvación:

“La necesidad de la devoción a María para salvarse no es absoluta, sino hipotética, o sea, por haberlo dispuesto Dios así”, dice el gran teólogo español en su importante obra mariológica. (1)

Es decir, y comenta Royo al gran Grignion de Montfort, es claro que la Virgen es una mera criatura, que comparada con Dios es un átomo. Y que Dios no tiene necesidad absoluta de la Virgen para el cumplimiento de su voluntad y la realización de su gloria.

SIN EMBARGO, “supuestas las cosas como son, habiendo querido Dios comenzar y acabar sus mayores obras por la Santísima Virgen desde que la formó, hemos de creer que no cambiará su conducta en los siglos de los siglos, porque es Dios y no puede variar en sus sentencias ni en su proceder” (Grignion de Montfort. Verdadera Devoción, n. 14-15).

Ahora, resulta que en la mayor obra de Dios ad extra que es la Encarnación del Verbo -por la que se pudo operar la Redención- Dios quiso contar con la Virgen. Pero la santificación de nosotros, los miserables hijos de Eva, no es sino una continuación de la Encarnación, es decir, el nacimiento de Cristo en nuestras almas por medio de la gracia. Y si para la Encarnación en Nazaret el Espíritu Santo quiso contar con María, también lo quiere para el nacimiento de Cristo en nuestras almas: “La conducta que las tres Personas de la Santísima Trinidad han observado en la Encarnación y en la primera venida de Jesucristo, la siguen todos los días de una manera invisible en la santa Iglesia y la seguirán hasta la consumación de los siglos en la última venida de Jesucristo”, continúa el santo mariólogo francés.

“Dios Espíritu Santo ha comunicado a María todo lo que Él adquirió mediante su vida y su muerte, sus méritos infinitos y sus virtudes admirables, haciéndola tesorera de cuanto su Padre le dio en herencia; por Ella aplica sus méritos a sus miembros, les comunica sus virtudes y distribuye sus gracias. Ella es el canal misterioso, el acueducto por donde Él hace pasar dulce y abundantemente sus misericordias. Dios Espíritu Santo ha comunicado a María, su fiel esposa, sus dones inefables, escogiéndola por dispensadora de todo lo que Él posee; en forma que Ella distribuye a quien Ella quiere, cuanto Ella quiere, como Ella quiere cuando Ella quiere, todos sus dones y sus gracias, y no se concede a los hombres don algunos del cielo que no pase por sus virginales manos. Porque tal ha sido la voluntad de Dios, quien ha querido que nosotros lo tuviésemos todo por María”. (Grignion de Montfort. Verdadera Devoción, n. 22-25) Es lo que en la Iglesia se ha llamado Mediación Universal de la Virgen, que ojalá pronto se transforme en dogma.

Entonces, resumiendo, si necesitamos la gracia para salvarnos, y la gracia pasa por María, que es tesorera y administradora de la gracia, pues la devoción a la Virgen es necesaria en los términos arriba expuestos.

No obstante, la necesidad de esta devoción no abarca a todos por igual.

“La necesidad de la devoción a María para salvarse no afecta por igual a todos los hombres del mundo. Obliga de una manera explícita a los que conocen a María y saben que es necesaria su devoción para salvarse. Los demás pueden salvarse con una devoción implícita e incluso interpretativa”, (2) dice Royo Marín que es algo cierto en teología.

Es decir quienes conocen el papel de María en la economía actual de la salvación, deben tener un amor explícito a Ella. A los demás, siempre y cuando su ignorancia sea inculpable, no les es exigido ese amor explícito.

Pero ya que lo sabemos, pues se aplica es el sentido positivo: debemos tener un mayor amor a la Virgen, un amor creciente, para asegurar la salvación.

Por Saúl Castiblanco

Notas:
1. Royo Marín, Antonio. La Virgen María – Teología y Espiritualidad Marianas. BAC. Madrid. 1968. p. 384
2. Ídem. p. 388.

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