La Cruz, de símbolo de la ignominia a la de la mayor de las honras

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La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nace para conmemorar el nuevo arribo de la Cruz de Cristo, que había sido capturada por el rey persa Cosroes II, y que fue recuperada por el emperador bizantino Heraclio, tras quince años de lucha. La cruz regresa a Jerusalén un 14 de septiembre, y de ahí la fiesta de hoy.

Decía el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira que la Cruz, reservada como suplicio para los peores criminales, y que se constituía en la más grande vergüenza de un criminal, representaba el auge de todas las humillaciones que el Divino Salvador quiso recibir en vida para nuestra salvación.

Humillaciones como la corona de espinas, como la túnica de bobo y la caña que le fue entregada, así como las burlas a las que Cristo se quiso someter; pero la Cruz era la más alta humillación.

La Cruz también representa las múltiples humillaciones que los católicos, a imitación de Cristo, recibirían de los impíos a lo largo de los tiempos. Los católicos debemos recibir esas humillaciones con sano orgullo y altanería, pues esta es una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros…” (Mt 5, 11). La Cruz es el símbolo de todas esas persecuciones.

De símbolo de la mayor humillación, a la de la más alta honra

Pero la cruz, justamente por la dignidad Divina del Hijo de Dios que la sufrió con toda majestad y que fue martirizado en ella, se constituyó en motivo de honra: Es el símbolo de lo que hay de más sagrado, de lo que hay de más santo, y por ello, en tiempos de fe, la cruz estaba en lo alto de las coronas, en los blasones de los nobles, era la insignia usada en las condecoraciones.

Entonces, los católicos tomaron el símbolo de la mayor humillación, sufrida por Cristo, y lo convirtieron en el símbolo de la mayor de las honras. Es la ufanía valiente, caballeresca y sobrenatural con la que el mundo católico exaltó la Cruz.

Pero nosotros no sólo debemos exaltarla, sino glorificarla.

En un trance muy difícil de su carrera, en lucha contra el emperador Magencio, Constantino tuvo la famosa visión: Vio en el cielo una cruz, que traía un lema, ‘Por este signo vencerás’. Constantino venció, dio libertad a la Iglesia, y como decía el Dr. Plinio, “la Cruz se levantaba así en el cielo e iba a quedar de forma definitiva en el horizonte del mundo, humillando por su vez a los malos, y humillando también a los demonios”. La Cruz vencía.

La Cruz debe pues, constituir también nuestra honra, honra no de ser humillados sino de recibir la humillación con ufanía, incluso con espíritu de desafío hacia los humilladores: los cristianos somos damas y caballeros que se enorgullecen de exaltar y glorificar la Cruz de Cristo.

La Cruz es también el símbolo de que no rechazamos los sufrimientos que Dios tenga a bien permitirnos en esta vida. Pero también es el símbolo de la esperanza, pues podremos portar las cruces con el auxilio de la gracia de Dios.

Por la Cruz se va a la Luz. Es decir, quien acepte con confianza en Dios las cruces de esta vida, y quien en medio de esas cruces pida la gracia de Dios, ese es el que vence en la vida, y llega a la luz, a la resurrección, a la unión con Dios por toda la eternidad.

Sintamos pues orgullo, de exaltar el instrumento de nuestra salvación, la bendita Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

Fuente: Gaudium Press
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