La «secretaria» de la Divina Misericordia.

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La «secretaria» de la Divina Misericordia

¿Se podrá en este tercer milenio, inmerso en el pragmatismo y en el ateísmo práctico, llegar a comprender un Amor sin límites, desinteresado, que no desea otra cosa sino la salvación de las almas, sin buscar nada a cambio, salvo la reciprocidad?


El tercer milenio ha comenzado bajo el signo de la inseguridad, las incertidumbres, las amenazas de guerras, las grandes desilusiones. El progreso prometido en los siglos precedentes por los grandes avances tecnológicos trajo, entre otras ventajas, la comodidad y la fluidez en las comunicaciones. Pero no ha conseguido alcanzar la tan anhelada paz, ni tampoco ha acabado con los sufrimientos de una humanidad que se siente como una embarcación a la deriva en busca del rumbo que la conduzca a puerto seguro.
En esta situación de aflicciones e inquietudes, una voz se yergue como un faro: “Dile a la humanidad doliente que se abrace a mi Corazón misericordioso y Yo la llenaré de paz”.1 Y esa misma voz añade aún: “Me queman las llamas de la misericordia; deseo derramarlas sobre las almas de los hombres. ¡Oh, qué dolor me dan cuando no quieren aceptarlas!.
Estas son algunas de las revelaciones que el Señor, para demostrar su inconmensurable amor por una humanidad que parece haberse olvidado de Él, hizo a un alma sencilla y modesta llamada a ser emisaria de su divina Misericordia: Santa María Faustina Kowalska.
Perteneció a la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia. Nació a principios del siglo XX y vivió profundamente unida a Dios, practicando cada día, en el silencio y en el sufrimiento, las heroicas virtudes que la elevaron a la honra de los altares. Como lo afirmó San Juan Pablo II cuando la canonizó: ella fue “un don de Dios a nuestro tiempo”.2

Llamada por Dios desde su infancia

Santa María Faustina Kowalska

Elena Kowalska vino al mundo el 25 de agosto de 1905, en la aldea de Glogowiec, Polonia, en el seno de una pobre familia de campesinos, siendo la tercera de diez hijos. Desde los primeros años de su vida, en ese hogar intensamente marcado por el catolicismo, sintió el deseo de entregarse a Dios por entero.
Ella misma cuenta que con siete años de edad recibió “la suprema llamada de Dios, la gracia de la vocación a la vida consagrada”. Este sentimiento le acompañó durante toda su juventud, incluso cuando tuvo que trabajar como empleada doméstica, para ayudar al sustento de su numerosa y humilde familia. Fue sólo a los 18 años cuando pidió insistentemente la autorización de sus padres para entrar en un convento. A pesar de los deseos ardientes de la muchacha, le negaron rotundamente su pedido.
Elena procuró entonces sofocar la voz de la vocación, que la perseguía sin cesar, entregándose a lo que ella llamaba “vanidades de la vida”. Sin embargo, el Señor le había reservado una gran misión y, a pesar de todos los obstáculos, la voluntad de Jesús vencería.

La invitación decisiva

En cierta ocasión se encontraba con una de sus hermanas en una fiesta, en la ciudad de Lodz, e intentaba divertirse como las otras chicas de su edad sin conseguirlo, ya que sentía su alma pesada e infeliz. De repente, cuando estaba bailando, vio que a su lado estaba Nuestro Señor Jesucristo cubierto de llagas y que le decía: “¿Hasta cuándo me harás sufrir, hasta cuándo me engañarás?”.
Salió del baile con mucho disimulo y muy conmovida. Se dirigió a una iglesia cercana y llorando cayó de rodillas ante el Santísimo Sacramento, pidiéndole con ardor que le diese un rumbo a su vida. Y oyó esta respuesta: “Ve inmediatamente a Varsovia, allí entrarás en un convento”. Se levantó y partió sin demora hacia la capital. Sólo llevaba lo puesto, pero poseía el mayor de los tesoros: una confianza completa y el abandono en las manos de la Providencia.

Comienzo de la vida religiosa

«Secretaria de mi más profundo misterio”, fue el título dado por Jesús

Dios pone a prueba a quien ama. Por eso, en Varsovia la rechazaron en varios monasterios. Pero no desistió y al final fue aceptada —el 1 de agosto de 1925— en la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia, que se dedicaba a la rehabilitación de mujeres de mala vida y a la educación de jóvenes en situación de riesgo. Durante el postulantazo tuvo tremendas dudas al respecto de su vocación. Por fin venció todas las pruebas y recibió el hábito de novicia el 30 de abril de 1926 con el nombre de Hermana María Faustina del Santísimo Sacramento.
El noviciado fue una oportunidad para poner en práctica, con mucho empeño, sus deseos de perfección y unión con Dios. Consciente de su propia flaqueza y pequeñez, no dudó en lanzarse sin reservas en los brazos del Señor, siguiendo las vías de la infancia espiritual de Santa Teresa del Niño Jesús.

En vez de papas… ¡rosas!

Un incidente que le ocurrió durante ese periodo demuestra cómo la joven novicia se apoyaba por entero en Dios, hasta en las cosas aparentemente insignificantes. Había sido designada por su superiora a trabajar en la cocina, pero tenía enorme dificultad en manejarse con ollas tan grandes. Le costaba mucho escurrir el agua de las papas sin que se le cayesen bastantes. Intimidada por su debilidad, Sor Faustina intentaba esquivar esta función, pero lo único que conseguía era escandalizar a las otras religiosas.
Entonces la novicia, sin temor alguno, le pidió ayuda a Jesús, que le respondió con una clara voz interior que desde ese día en adelante encontraría fuerzas para ejecutar la tarea sin esfuerzo. Esa misma noche Sor Faustina consiguió vaciar fácilmente el agua de la olla. Pero cuál no fue su sorpresa que al destaparla vio —en vez de patatas— rosas rojas indescriptiblemente hermosas. Y oyó del Señor estas palabras: “Tú pesado trabajo lo transformo en ramilletes de las flores más bellas y su perfume sube hasta mi trono”.
La santa así se expresaría más tarde: “Oh Jesús, me das a conocer y entender en qué consiste la grandeza del alma: no en grandes acciones, sino en un gran amor. Es el amor que tiene el valor y él confiere la grandeza a nuestras acciones; aunque nuestras acciones sean pequeñas y comunes de por sí, a consecuencia del amor se harán grandes y poderosas delante de Dios” . Ese amor a Dios era la luz que la guiaba siempre, tanto en los pequeños como en los grandes encargos.

Misión de “apóstol” de la Divina Misericordia

El 1 de mayo de 1933, Sor Faustina hizo los votos perpetuos. Su misión de “apóstol” de la Divina Misericordia ya se había hecho explícita por las continuas revelaciones y mensajes de Jesús: “En el Antiguo Testamento enviaba a los profetas con truenos a mi pueblo. Hoy te envío a ti a toda la humanidad con mi misericordia. No quiero castigar a la humanidad doliente, sino que deseo sanarla, abrazarla a mi Corazón misericordioso”.
Con todo el empeño de su alma, la fervorosa religiosa se entregó a esa importante misión, a pesar de que sentía en sí mucha incertidumbre e incapacidad. “Secretaria de mi más profundo misterio”, era el título que Jesús le había dado a su “apóstol” de la Misericordia Divina.
Anotaba en un diario todos los mensajes y revelaciones por expreso mandato del Divino Redentor: “Tu misión es la de escribir todo lo que te hago conocer sobre mi misericordia para el provecho de aquellos que leyendo estos escritos, encontrarán en sus almas consuelo y adquirirán valor para acercarse a Mí”.
Las páginas de su Diario están repletas de recuerdos de visiones y conversaciones íntimas con Jesús y con la Virgen, de comunicaciones con los ángeles, santos y almas del Purgatorio, además incluso de una visita a éste lugar y también otra al Infierno. El Diario, sencillo y a la vez de sorprendente profundidad teológica, es un tesoro de enseñanzas sobre la Divina Misericordia.

Dar a conocer los deseos del Salvador

Muchas de las revelaciones tratan específicamente acerca de la devoción a la Misericordia Divina, especialmente dadas para los días en que vivimos: “La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a mi misericordia”.
Jesús manifiesta en ellas un enorme deseo de que las almas se vuelvan hacia Él, con humildad, reconociendo sus culpas, para poder hacer valer su misericordia: “Para que cada alma exalte mi bondad, deseo la confianza de mis criaturas; invita a las almas a una gran confianza en mi misericordia insondable. Que no tema acercarse a mí el alma débil, pecadora y aunque tuviera más pecados que granos de arena hay en la tierra, todo se hundirá en el abismo de mi misericordia”.
Para que el mundo pudiese beneficiarse de tanta bondad, era necesario promover y divulgar esta devoción, conforme lo había pedido el propio Jesús: “Deseo que los sacerdotes proclamen esta gran misericordia que tengo a las almas pecadoras. Que el pecador no tenga miedo de acercase a Mí. Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas”.
Esta gran misión le acarreó a la santa innumerables sufrimientos, pues no siempre fue comprendida por los que la rodeaban. Hasta que en 1933 el Señor le concedió un confesor sabio y prudente, el P. Miguel Sopocko, que le aconsejó y ayudó durante muchos años, guiándola en sus dudas y dificultades.

Jesús ordena que se pinte un cuadro

El 4 de abril de 1937 la imagen de Jesús Misericordioso fue expuesta por primera vez en la iglesia de San Miguel en Vilnius, Lituania

El 22 de febrero de 1931 recibió Santa Faustina una de las más impresionantes revelaciones de su Divino Maestro. Lo vio vestido de blanco, con la mano derecha levantada en actitud de bendecir; de su pecho salían dos rayos, uno blanco y otro rojo. Oyó también que la divina voz le ordenaba que mandase pintar un cuadro según el modelo que estaba viendo y con la inscripción: “Jesús, en Ti confío”. Y añadió Jesús: “Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. Yo mismo la defenderé como mi gloria”.
En una revelación posterior explicó el significado de los dos rayos: “El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas”.
Tras haberse superado varios obstáculos, al fin, el cuadro fue pintado por Eugeniusz Kazimirowski. La santa se quejó al Divino Maestro que ni de lejos era tan bonito como el de la visión, pero Él la tranquilizó diciéndole que no importaba, puesto que el valor de la imagen no estaba en su belleza artística, sino en la gracia dada por Él.
El Señor le pidió que el cuadro fuese bendecido solemnemente el domingo siguiente a la Pascua, que Él instituyó como la Fiesta de la Misericordia: “El primer domingo después de Pascua ha de ser la Fiesta de la Misericordia. Ese día los sacerdotes han de hablar a las almas sobre mi misericordia infinita”.

Devociones para pedir la Divina Misericordia

En otra visión le fue revelada una oración para aplacar la justa ira de Dios contra el mundo: el “Rosario de la Misericordia”. Nuestro Señor mismo le enseñó a rezarlo de la siguiente manera:
“Primero rezarás una vez el Padrenuestro, el Avemaría y el Credo. Después, en las cuentas correspondientes al Padrenuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu Amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero; en las cuentas del Avemaría, dirás las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Para terminar, dirás tres veces estas palabras: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”.
También instituyó Él la “Hora de la Misericordia”, a las tres de la tarde, para que todos venerasen su Pasión. Ese momento del día es la “hora de la gran misericordia para el mundo entero”, en la que “la misericordia triunfó sobre la justicia”. Aún le reveló a la santa que no niega nada a quien pide en nombre de su Pasión, en esa hora, especialmente por los pobres pecadores.

«No vives para ti, sino para las almas»

A pesar de todos los dones extraordinarios que había recibido, incluso los estigmas ocultos, la profecía, el discernimiento de los espíritus, los esponsales místicos, Santa Faustina tenía presente que la santidad consiste en cumplir la voluntad de Dios, aunque esto la llevase a ofrecerse como víctima. Por eso escribiría: “Sé que un granito de trigo para transformarse en alimento debe ser destruido y triturado entre las piedras de molienda; así yo, para que sea útil a la Iglesia y a las almas, tengo que ser aniquilada, aunque por fuera nadie se dé cuenta de mi sacrificio”.
Sor Faustina pudo realizar, al sufrir un deterioro físico causado por la tuberculosis y por el peso de la gran responsabilidad de su misión, el holocausto tan deseado. Su enfermedad no fue comprendida inmediatamente por su comunidad y, por ese motivo, algunas religiosas la acusaban de caprichosa y perezosa.
Las revelaciones y dones extraordinarios la convirtieron en objeto de sospechas. Pero su inalterable buen humor y su bondad para con todos, sin excepción, pero especialmente con una de las hermanas que la trataba particularmente mal, eran tan heroicos que motivó a una de ellas a exclamar: “Sor Faustina es estúpida o santa, porque, a decir verdad, una persona normal no soportaría que alguien le llevara siempre la contraria”.
Su caridad se extendía también hacia las numerosas jóvenes de la casa, a las que dispensaba paciente e inagotable dedicación. Vivía con profundidad el sentido de estas palabras del Señor: “Hija Mía, no vives para ti, sino para las almas”.

Gracias que sobrepasan a nuestros pedidos

Después de haber estado ingresada en varios hospitales para tratarse su dolorosa enfermedad, Sor Faustina regresó al convento, donde entregó a Dios su heroica alma el 5 de octubre de 1938, con tan sólo 33 años de edad.
Fue canonizada por San Juan Pablo II, el 30 de abril de 2000, Domingo de Pascua, e ilumina nuestro siglo con su misión y vida. La devoción y el conocimiento de la Divina Misericordia, así como el testimonio de su insigne virtud, se reparten hoy por el mundo entero, invitándonos a un abandono sin temor en las manos de Aquel que siempre acoge con bondad y nunca decepciona.
Pues como Él mismo le dijera a Santa Faustina: “Me deleitan las almas que recurren a mi misericordia. A estas almas les concedo gracias por encima de lo que piden. No puedo castigar aún al pecador más grande si él suplica mi compasión, sino que lo justifico en mi insondable e impenetrable misericordia».

1 Todas las citas entre comillas, salvo se indique lo contrario, han sido extraídas de KOWALSKA, María Faustina. DIARIO – La Divina Misericordia en mi alma . Editorial de los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. 4ª Edición. Stockbridge, Massachussets, 2001.
2 Rito de Canonización de María Faustina Kowalska, Homilía del Santo Padre Juan Pablo II, 30/04/2000.
Hermana Mónica Erin MacDonald, EP, Revista Heraldos del Evangelio
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