San Juan Bautista: austeridad e intransigencia

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El día 24 de junio es la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista. Y sobre él hemos de desarrollar algunos datos biográficos aportados por Dom Guéranger *

Los comentarios de Dom Guéranger están llenos de magníficas observaciones. Se basa en que San Juan Bautista, aún en el vientre de su madre, estaba dotado de toda lucidez. Porque sin haber sido concebido sin pecado original -al menos nada indica que lo fuera- estaba exento de esa culpa al poco tiempo de ser concebido, por lo que tenía inteligencia, tenía entendimiento de las cosas que pasaban, y estaba en oración en el vientre de Santa Isabel cuando ha llegado Nuestra Señora.

Entonces, lo primero que bien destaca D. Guéranger es que Nuestra Señora no fue a ver a Santa Isabel sólo para ayudarla, sino que el motivo primordial de la visita era ayudarla a engendrar perfectamente ese niño que Ella sabía que era el precursor, prometido por las Escrituras. El niño estuvo tres meses viendo constantemente a Nuestra Señora ayudar a Santa Isabel. Oyó la voz de Nuestra Señora; durante esos tres meses entendió a Nuestra Señora.

Martirio de San Juan Bautista

¡Pueden comprender lo que son dos o tres meses en compañía de la Virgen! Muestra muy bien que aquel a quien los profetas llamaban Ángel era una criatura tan exaltada que estaba por encima de todos los hombres. Nuestro Señor dijo de él, más o menos, no recuerdo bien la frase, que nadie mayor que Juan el Bautista había nacido del hombre.

Así esta criatura, justo en el inicio de su vida, fue despertada al conocimiento del mundo por la voz de Nuestra Señora. Escuchó a Santa Isabel cantar la grandeza de Nuestra Señora y escuchó a Nuestra Señora cantar el Magníficat. Escuchó ese himno, esa canción tan bien estructurada, tan noble, a la vez tan racional, tan bien pensada. Oyó y entendió todos los sentidos que tiene el Magníficat, luego el canto de la voz de Nuestra Señora y todo lo demás, todo contribuyó a elevar su alma.

En otras palabras, la primera enseñanza de este hombre privilegiado fue una enseñanza de Nuestra Señora. Cuando el torrente de las enseñanzas y de las gracias de Nuestra Señora -dice muy bien- estaba en su primer efluvio para recaer sobre la humanidad, el costado más espléndido recayó sobre San Juan Bautista, sobre su alma, para que fuera un ángel y estuviera adelante del Mesías, atravesando los montes y rellenando los valles para preparar los caminos del Señor. Cortar las montañas, es decir, combatir los vicios; rellenando los valles, es decir, acabando con los pantanos y hoyos de la sensualidad. Es decir, hacer la obra de la Contrarrevolución para preparar los caminos del Señor.

Dice algo de la santidad de San Juan Bautista, pero lo que dice es poco porque tenía que entender que no hay palabras humanas para describir bien lo que pudo haber sido esa santidad. Una santidad de tal manera – y de una manera tan máxima como la del primer momento del apostolado de Nuestra Señora – ¡que los hombres pueden vislumbrar, no pueden describir! Pueden admirar, pero no pueden conocer completamente.

¡Ahí está el Bautista, el austero, el terrible Bautista! El Bautista que va al desierto y que vela. Y luego sale de la soledad y comienza a predicar. El celoso Bautista que prepara las almas judías, de las cuales nacería la Iglesia Católica. Porque el primer baluarte de los católicos fueron [los] judíos y [el] pueblo preparado por el apostolado de San Juan Bautista – ¡el juez bautista, el fiel bautista, el devoto bautista!

Cuando Nuestro Señor se apareció, dijo: “De Él depende aumentar, de mí depende disminuir; ahora me toca a mí desaparecer: ¡he aquí el Cordero de Dios, he aquí Aquel que quita el pecado del mundo! Mi misión está cumplida. No me queda otra cosa que hacer, porque ha salido el Sol de Justicia y no soy más que un pájaro cantando al Sol que iba a salir. Desde el momento en que salió el Sol, no tengo nada más que hacer sino morir por Él”.

Y luego tenemos la muerte, al mismo tiempo indignada y exultante, de San Juan Bautista. ¡San Juan Bautista y su lucha contra Herodes, contra Salomé, mártir de la castidad! El hombre que sabe enfrentarse a la impureza en un trono y que sabe perder la vida por decir la verdad tal como es. Fue detestado, tomado de esta vida, pero tomado en un acto de supremo amor. Es evidente que cuando murió estaba pensando en el Cordero de Dios que había visto y en el canto del Magníficat que había oído. Fue en este éxtasis que su alma abandonó su cuerpo y fue a esperar a Nuestro Señor en el Limbo.

Pintura de De Grebber: “Herodíades mutilando la cabeza decapitada de San Juan Bautista, la cual es sostenida por Salomé”.

Se pueden imaginar cómo debió ser el encuentro entre Nuestro Señor y San Juan Bautista en el Limbo, cuando el alma del mártir, tan pura y aún lavada por la sangre que acababa de derramar, salió a su encuentro. ¿Qué le dijo Nuestro Señor a San Juan Bautista que lo había aclamado? Y luego, ¡coronando a San Juan Bautista en el Cielo!

Ahí comprendemos toda la devoción de los ultramontanos (*) a San Juan Bautista. Este virginal profeta pasó por la vida diciendo todas las verdades, sin temer a nadie, aterrorizando la impiedad y embelesando y preparando para el Mesías las almas que diríamos ultramontanables —para hablar el lenguaje contemporáneo—, esta alma [fue] formada directamente por Nuestra Señora.

Y entonces, como a través de un espejo, podemos ver algo de las virtudes de Nuestra Señora. Porque él es el fruto del alma de Nuestra Señora, de la formación de Nuestra Señora. Él es el fruto de la formación, y el árbol se conoce por el fruto. Nuestra Señora, si hubiera formado un hombre que fuera completamente agradable a Ella, lo habría formado.

Así se comprende el acercamiento que se puede hacer entre éste y los Apóstoles de los Últimos Tiempos (**). Los Apóstoles de los Últimos Tiempos, formados enteramente por las exigencias de Nuestra Señora, deben tener el perfil moral de San Juan Bautista: hombres austeros, luchadores, extasiados, intransigentes y dispuestos a dar toda la vida por Nuestra Señora.

¡Que Nuestra Señora nos haga así! Que nosotros también escuchemos su voz dentro de nuestras almas. Que tomemos también nosotros la forma de sus verdaderos discípulos para, frente a los herejes contemporáneos, vivir esos Apóstoles de los Últimos Tiempos que nos toca vivir. Esto es lo que pedimos, con toda nuestra alma, a San Juan Bautista y a Nuestra Señora, en su fiesta.

por Plinio Corrêa de Oliveira

«Santo del Día» [1], 23 de junio de 1967
* Prosper-Louis-Pascal Guéranger (1805 – 1875) fue un benedictino francés, restaurador y abad del priorato benedictino de Solesmes, Francia.

NOTAS

[1] Los «Santos del Día» eran unas breves reuniones en las que el Prof. Plinio ofrecía una reflexión o comentario relacionado con el santo o fiesta religiosa que se celebraba aquel día.
(*) El movimiento ultramontano del siglo XIX, a que se refiere aquí el Autor, defendió con firmeza las posiciones del Papado frente a la corriente liberal, que no sólo buscaba innovar en materia de libertad religiosa sino que también se rebelaba contra los lineamientos tradicionales de la Iglesia Católica. El término ultramontano tiene un significado aún más amplio. Para explicarlo, presentamos a continuación los extractos más importantes de la entrada Ultramontanismo , que aparece en la Enciclopedia Católica, Tomo XII, col.724, Ciudad del Vaticano, 1954:
“Palabra de significado genérico e impreciso, creada y utilizada más allá de los Alpes (Francia, Alemania, Inglaterra, Países Bajos) para designar, más que una verdadera corriente de pensamiento, la adhesión a las orientaciones y posición de la Iglesia Romana en sus relaciones teológicas y jurisdiccionales , o incluso en sus intereses políticos.
“Así, los escritores, los políticos, los personajes eclesiásticos católicos que siguieron esta línea de conducta y, naturalmente, todos los italianos fieles a las enseñanzas de la Santa Sede fueron llamados ultramontanos en los países antes mencionados.
«Se empezó a llamar ultramontanos a los laicos o religiosos que apoyaron en Alemania al partido del Papa Gregorio VII durante la lucha por las investiduras [siglo XI]. En el siglo XVIII fueron llamados con la misma denominación en Francia por los jansenistas y los regalistas los juristas y teólogos que combatieron sus doctrinas. La palabra siguió siendo utilizada durante el siglo XIX por todos los liberales y acatólicos que en el ámbito religioso seguían nuevas teorías y mantenían una relación práctica vejatoria en sus contactos con el catolicismo.»
(**) La consagración a María, conforme el método de San Luís María Grignion de Montfort, tiene una radicalidad admirable. Ella sacrifica no sólo los bienes materiales del hombre, sino también el mérito de sus buenas obras y oraciones, su vida, su cuerpo y su alma (…). Nuestra Señora, a cambio, obtiene para su “esclava de amor” especiales gracias divinas que iluminan su inteligencia y fortalecen su voluntad.
“A cambio de esa consagración, Nuestra Señora actúa en el interior de su esclavo de modo maravilloso, estableciendo con él una unión inefable.
Los frutos de esa unión se verán en los Apóstoles de los Últimos Tiempos, cuyo perfil moral es trazado a fuego por el Santo en su famosa «Oración Abrasada». Para esto usa un lenguaje de una grandeza apocalíptica, en el cual parece revivir todo el fuego de un Bautista, todo el clamor de un Evangelista, todo el celo de un Paulo de Tarso.
Los varones portentosos que lucharán contra el demonio por el Reino de María, conduciendo gloriosamente hasta el fin de los tiempos la lucha contra el demonio, el mundo y la carne, son descritos por San Luís como magníficos modelos que invitan a la perfecta esclavitud a Nuestra Señora a quienes, en los tenebrosos días de hoy, luchan en las filas de la Contra-Revolución (Plínio CORRÊA DE OLIVEIRA, Prólogo a la edición argentina de «Revolución y Contra-Revolución»).
Otra apreciación del Prof. Plinio sobre la doctrina de los “Apóstoles de los Últimos Tiempos”, siempre conforme a la doctrina de San Luís María Grignion de Montfort se puede leer, por ejemplo, en el artículo del 13 de mayo de 1945 de “Legionário”, con el título Regina Pacis.
Ilustración principal: Detalle de “San Juan Bautista y Herodes Antipas”, de Pieter de Grebber.
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