La fuerza y la suavidad son dos cualidades que en el Señor refulgen con un brillo insuperable, en la armonía más completa. Ambas constituyen un arco gótico, cuya ojiva eleva el corazón humano a los más altos niveles.
Tristes acontecimientos muestran a la Iglesia Católica sujeta a todo tipo de tribulaciones: decadencia en lugares de antigua tradición cristiana, persecución en zonas de misión. En medio de las tempestades está viva y se fortalece, porque el poder el infierno nunca podrá vencerla.
En nuestros días, los acontecimientos más diversos y graves se suceden estrepitosamente sin que las personas tengan tiempo de digerirlos. Algunos resultan inopinados, otros trágicamente previsibles. El desánimo, el desencanto, cuando no, el desinterés, suele ser la respuesta que en general dan los hombres a esos aconteceres.
Aún sabiendo que la Confesión debe ser un acto frecuente en la vida de un creyente, en su benevolencia, la Iglesia determina que los católicos se confiesen al menos una vez al año. Aún así, por negligencia o pereza, muchos no lo hacen.
Sedientos de gloria humana e incapaces de aceptar el Reino de Dios que les era ofrecido, los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo terminaron por crucificarlo… propiciando así su verdadero y perenne triunfo.
Este título puede parecer algo desconcertante ¿Establecer una relación entre Eucaristía y promoción social, cosas tan dispares? Descifremos el “enigma”.
El 11 de febrero de 1858, en la villa francesa de Lourdes, en las márgenes del río Gave, la Virgen Santísima manifestó su profundo amor hacia nosotros.