En un año de misterios y perplejidades, se vislumbra una esperanza
Dentro de la nueva “anormalidad” que se aproxima, vendrán cielos nuevos y nueva tierra.
Nadie hubiera imaginado, en
la Navidad de 2019, lo sucedido durante este 2020. Llegamos a esta situación
después de haber recorrido un año de desesperación para el mundo. Si hasta nos podríamos
preguntar: ¿quién se preparó para los dramas, privaciones, inseguridades,
contradicciones, miedos y reveses de todo tipo ocurridos, en este tan especial
2020 que estamos terminando? Se respondería simplemente: “nadie”. “¿Cómo
prepararse para lo que uno no se imagina?”.
Si hubiese sido sólo la
pandemia del Covid-19…, también nos estremecen, nos preocupan y dejan perplejos
los eventos naturales que a todo momento vienen siendo noticiados por los
medios de comunicación: terremotos, volcanes que erupcionan, huracanes e
inundaciones, gigantescos y destructivos incendios, sequías y plagas de
animales, a los que podemos agregar: atentados criminales contra personas como
también a edificios religiosos, guerras intestinas o entre países, etc.; van ocurriendo
por todo el orbe y nos hacen pensar: ¿será que el mundo entró en un desorden
apocalíptico?
Al detenernos en la
cuarentena vivida, que es lo que nos tocó más de cerca confinándonos durante
tantos meses, en todos los países de modo idéntico, vemos que, en ese período, para
algunos -lamentablemente- esta circunstancia ocasionó un alejarse de Dios y sus
Mandamientos, cayeron en la inmundicia, manchando sus vestidos (Is 64, 5), por todo
tipo de adicciones o agresiones intrafamiliares.
Hubo – gracias a Dios- los que se mantuvieron irreprensibles, perseverando en su fe, siguiendo actividades religiosas on line: misas, rezo del rosario, acompañamiento de enseñanzas, manteniéndose en la virtud, el bien, la pureza. En sus hogares, con las dificultades, no pocas veces, del espacio, conviviendo en familia, la bien calificada de “iglesia doméstica”, mantuvieron firmes sus convicciones religiosas.
Si bien que, tanto unos
como los otros, al ver penetrar el caos en el mundo, han tenido la sensación de
haber sido abandonados por Dios.
Ha sido un año lleno de
misterios y perplejidades, pero después del cual, se vislumbra un imponderable,
algo en el aire como si fuera un soplo del Espíritu Santo que nos dice que no
está lejos una intervención de Dios en medio de tantos contratiempos. Los que están
llenos de deseos positivos, sueñan con poder ver la verdadera fisonomía de Dios
en las cosas.
¿Y por qué esto? Es que
vivimos -en sentido contrario- tiempos singulares, en que se nos presenta el
mal como bien, lo feo como bello, lo errado como verdadero. Hay un intento de ocultar
la verdadera fisonomía de Dios, y más aún, se llega a perseguir los que tienen
la misión de mostrarla, sorprendentemente, hasta dentro de los muros y
ambientes de la propia Santa Iglesia Católica.
Muchos han llegado a
considerar que Dios, al ver estos horrores esparcirse por la tierra toda, como
que haya soltado las riendas, el control o el mando de los acontecimientos
históricos, dejando a los hombres entregados a sí mismos.
No es verdad. Debemos
mantener la esperanza, no dejarnos engañar por el maligno, “que es mentiroso y padre
de la mentira” (Jn 8, 44), como lo calificaba Nuestro Señor Jesucristo.
Todo lo contrario, Dios
está deseoso de salvar, y por eso, podemos decir -sin temor a ser desmentidos-
que está dando aún un tiempo de conversión.
En los tiempos de la “nueva
anormalidad” que comenzamos – vean que pongo claramente una “a” antes de la
palabra normalidad -, pareciera que Dios está preparando, con estas asombrosas
circunstancias, a la humanidad para lo que podríamos calificar de un “Gran
Perdón”, que nos trae a la memoria la parábola de Nuestro Señor sobre la
conversión del hijo pródigo.
Claro que hay condiciones indispensables
para llegar a esta nueva situación. Para que vivamos llenos de una auténtica esperanza,
no debemos quedar atrapados en las soluciones del mundo, debemos -eso sí- oír
la voz de Dios y practicarla. Esforzarnos en llevar una vida pura.
Este
mundo vive empantanado en inmundicias en materia de pureza, pues, bien abundan
-para decir algo- programas de radio o televisión, revistas o diarios, ¡las redes!,
que no estén cargadas de tremendas suciedades. Que estos horrores, que se
propagan como una “epidemia” peor que las que matan el cuerpo, pues matan el
alma, no manchen nuestros corazones y caigamos en esa desgracia.
Bien
alertaba la Virgen a través del Mensaje dado a los pastorcitos en Fátima en
1917: “Si atendieran a mis peticiones, Rusia se convertirá y tendrán paz; si
no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a
la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir
mucho, varias naciones serán aniquiladas. Por fin mi Inmaculado Corazón
triunfará”.
Es
mi deseo que estos pensamientos nos preparen para el momento místico-litúrgico
del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo en la Nochebuena del 24 de diciembre.
Llevemos
nuestra vida personal, en este período previo, pura y sin mancha, con la
conciencia tranquila, en orden con los Mandamientos de la ley de Dios, con la
voluntad de Dios, y tendremos la verdadera paz. El resto es locura, porque el
pecado trae un placer momentáneo, después viene la conciencia pesada, el
tormento por sentirse indigno de Dios, y nos puede llevar a la infelicidad
eterna.
Se percibe
que estamos próximos a una gran mudanza; por más que el mundo pregone cambios
para el mal, Dios promete victorias para el Bien. Aunque las apariencias sean
de “normalidad”, y nos digan lo contrario, no nos dejemos engañar, pues se
sienten los pasos de Dios en la Historia; el ruido y el sonido de la proximidad
de Dios se están dando.
Alimentemos
nuestra esperanza, recordemos que el apóstol San Pedro nos apunta el camino al
decir que vendrán “cielos nuevos y una tierra nueva, donde habitará la
justicia”, invitando a “una vida pura, intachable, irreprochable” (2 Pe 3,14).
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una
grande luz; sobre los que habitaban la tierra de sombras brilló un intenso
resplandor”, nos dice el profeta Isaías, “Un niño nos ha nacido, lleva sobre
sus hombros el señorío y será llamado: Concejero admirable, Dios poderoso,
Padre sempiterno y Príncipe de la paz” (9, 1-7). Que tengan una Santa Navidad y
un Próspero Año 2021.
P. Fernando Gioia, EP – Heraldos del Evangelio