Domingo: el día del Señor, el «Señor de los días»

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Domingo: el día del Señor, el «Señor de los días»

El domingo es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana, por lo que ¡es un día irrenunciable!


Una persecución violenta y otra solapada

Nuestro Señor Jesucristo escogió precisamente el día domingo para aparecer Resucitado por primera vez a los Apóstoles y nuevamente, 8 días después, para presentarse ante ellos, por segunda vez en el Cenáculo. Domingo, viene de “Dominus”, es decir, Señor. Un autor del siglo IV, el Pseudo Eusebio de Alejandría, afirmaba que “el día del Señor” es: “el señor de los días”

A lo largo de la historia de la Cristiandad, no han faltado épocas – y situaciones dentro de ellas – en que, por un lado, disminuyó la fidelidad al cumplimiento de este deber de todo cristiano al precepto dominical. Hubo también situaciones de peligro por la prohibición de la libertad religiosa, especialmente en los primeros siglos de la Iglesia. Tiempos como durante la persecución del emperador Diocleciano (304) en que, con gran valentía, los cristianos desafiaron el edicto imperial, aceptando hasta la muerte con tal de no faltar a las misas dominicales.

San Juan Pablo II hacía memoria de los heroicos testigos de la fe del Siglo XX”, mártires, con frecuencia desconocidos, de la gran causa de Dios. “Muchos – afirmaba en la homilía de Conmemoración de los Testigos de la Fe (7-5-2000) – rechazaron someterse al culto de los ídolos del siglo XX, y fueron sacrificados por el comunismo, el nazismo, la idolatría del Estado o de la raza”. Y ocurren, en nuestros días, en países de África y otros continentes.

Estas fueron, y son, persecuciones violentas y descaradas, pero hay otra que es una “persecución solapada”, un ambiente no declaradamente hostil que los persigue: la indiferencia, la tentación de opciones cómodas que van robando el espacio de este día santo a todo y cualquier cristiano. Ha penetrado ampliamente la mentalidad del “fin de semana”, o sea, tiempo de reposo, de paseos, actividades culturales, políticas o deportivas, transformando el Domingo, el Día del Señor, en mero descanso o diversión.

Muchos son los problemas que oscurecen el horizonte. Nuevas circunstancias han modificado la “fisonomía del domingo”, como decía Juan Pablo II, que, en el documento “Dies Domine” (6), consideraba necesario, más que nunca, recuperar las motivaciones y bases del precepto eclesial, para que “los fieles vean muy claro el valor irrenunciable del domingo en la vida cristiana”, pues “es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana”, por lo que: “¡es un día irrenunciable!”

Misa del 13 de Mayo en la Iglesia del Thabor, de los Heraldos en Brasil

Paso a paso iba mostrando las diversas dimensiones del domingo para los cristianos. Que es “dies Dómini”, al verlo con referencia a la obra de la creación; que es “dies Christi”, como día del Señor Resucitado; que es “dies Ecclesiae”, como el día en que la comunidad cristiana se congrega para la celebración; “dies hominis”, como día de alegría, descanso y caridad fraterna.

No impide, el fiel cumplimiento del día del Señor, que cada uno de los seguidores de Cristo, en otros momentos de ese día, después o antes de participar de la misa dominical, en sus relaciones sociales o de diversión, en esa especial circunstancia de encuentro de padres e hijos, de escucha recíproca, de “estar juntos, mirarse y quererse bien”, como afirmaba, sobre el convivio familiar, la virtuosa dama brasileña doña Lucilia Corrêa de Oliveira. Un compartir que da lugar a un momento formativo y de recogimiento.

Vivimos momentos difíciles para la práctica del precepto dominical. Se exige, no ya enfrentar la muerte, sino, el heroísmo de vivir en coherencia la propia fe, no dejándose atropellar por el ambiente que nos rodea. Pues, el alejamiento de la celebración litúrgica nos lleva irremisiblemente al alejamiento de Dios, nos vamos transformando en católicos no practicantes, poco a poco nos invade una apatía religiosa que puede llevarnos, al ateísmo.

Una prueba especial

Me viene a la memoria el momento de la aparición de la Virgen en La Sallette en el año 1846 a Mélanie Mathieu y Maximino Giraud, describían los videntes a la “bella dama” con el rostro cubierto por sus manos y llorando desconsoladamente. ¿Y por qué lloraba la Virgen? Una de las razones, les dijo: “por el descuido del día del Señor”, preocupada por “los bancos vacíos en la misa de domingo”, por la actitud irreverente de los presentes, también porque otros elegían el trabajo u otras actividades en lugar de rendir culto al Señor en su día.

Dentro de este panorama expuesto, no podemos dejar de considerar los cambios que trajo para nuestras vidas, sea en lo familiar, de trabajo, de estudio, cuando no en lo económico, la pandemia. Atropelló nuestros momentos presenciales en misas, confesiones, adoración al Santísimo Sacramento, oración en cualquier templo. No pudimos estar presencialmente en ningún tipo de celebración litúrgica, repercutiendo destacadamente en las Misas dominicales.

Ha sido una prueba toda especial, permitida por la Providencia. Fuimos “encerrados” en nuestros hogares, teniendo sólo la opción – inteligentemente ofrecida – de asistir a misas u otros eventos religiosos, de forma virtual.

Hemos tenido la gracia de tener como paliativo, en la “clausura” a que nos sometió la cuarentena, las misas y rosarios “online”. Los Heraldos con su canal (https://www.youtube.com/c/HeraldosdelEvangelioUruguay/), que recién comenzaba a dar sus primeros pasos, fue de especial apoyo a todos los fieles. Son innumerables los comentarios de aquellos que se sintieron acompañados y sostenidos en esos difíciles momentos.

Ahora en las actuales circunstancias en que los efectos de la pandemia se van disipando, en que las fuertes restricciones de asistencia presencial, distancia social, uso de la mascarilla, etc., están siendo liberadas, se hace preciso volver en persona a la celebración de la Santa Misa. Las misas “online”, han sido de una utilidad toda especial para la perseverancia y aumento del fervor de muchísimos. Pero, tratándose de la Santa Misa, nada hay en comparación con la asistencia presencial.

Precisamos pasar de la virtualidad a la presencialidad. Sentir un convivio cercano con el altar, poder confesarse, comulgar, ya no por una comunión espiritual, sino recibir el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Acerquémonos a sentir la emoción en una Santa Eucaristía que, celebrada con toda belleza y solemnidad, retomando con firmeza y resolución este camino. Que la Santísima Virgen, como bondadosa Madre, nos ayude rumbo a una unión cada vez mayor con Jesús, Nuestro Señor.

P. Fernando Gioia, EPHeraldos del Evangelio
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