Oración a la Sagrada Familia
Nuestros ojos se vuelven encantados y llenos de esperanzas para las fiestas de Navidad. Las festividades natalinas dan una tranquilidad y una paz al alma que no admite ilusiones ni flaquezas, y, al mismo tiempo, una fuerza sin orgullo ni prepotencia, fortaleciéndola para poder defenderse a sí misma y salvaguardar la gran causa de la Iglesia y de la Civilización Cristiana.
Nuestro espíritu es conducido a la consideración enternecida de un espectáculo, apaciguador entre todos: el Divino Niño Jesús recostado en el pesebre de Belén, en el interior de la gruta que todos nosotros, desde la infancia, nos habituamos a contemplar, reviviendo así el episodio maravilloso del nacimiento del Niño Dios. Después, sucesivamente, somos invitados a la consideración de los Ángeles del Cielo que adoraron a Nuestro Señor cantando himnos de gloria a Dios, del Niño recién nacido, de su Madre celestial María Santísima – Virgen antes, durante y después del parto – y de San José, su padre jurídico.
En una noche estrellada, en aquella ciudad de Judea, todos vieron los cielos iluminados y los Ángeles que entonaban: “Gloria a Dios en el Cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14) ¡Esta es la promesa hecha a los hombres en la Noche de Navidad!
Debemos esperar que tal promesa se aplique de modo especial a los pobres hombres de este siglo, para el que se dirigen la misericordia del Niño recién nacido y las oraciones de Nuestra Señora, medianera de todas las gracias, y de San José, Patrono de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.
Así, nos dirigimos a la Madre de Dios y a su castísimo Esposo, pidiendo que presenten al Divino Niño Jesús nuestras oraciones en la noche de Navidad, rogándole, antes que todo, por el bien de la Santa Iglesia Católica, asolada por una terrible crisis en casi todos los países del mundo. Suplicamos también por la Cristiandad -familia gloriosa de naciones que otrora tenían Fe y unánimemente creían en la verdadera Iglesia, constituyendo un solo rebaño bajo el cayado de un solo Pastor, esto es, el Santo Padre el Papa- Cristiandad que hoy se encuentra dilacerada por controversias religiosas, filosóficas, políticas, sociales, económicas y culturales de toda índole.
Volvámonos a la Sagrada Familia, presentándole nuestras familias. Ellas sufren también los golpes de todas esas penosas circunstancias. Pensamos de modo especial en los jóvenes expuestos a tantos riesgos de perdición, pero también tan eficazmente solicitados por la gracia de Dios.
Imploramos, pues, a San José y a Nuestra Señora que recen en el sentido de que todo cuanto todavía hay de bueno en el mundo se consolide, se robustezca, y se torne capaz de heroicas resistencias a los gérmenes de descomposición que minan el orbe contemporáneo.
Que la Divina Providencia intervenga haciendo cesar la conjuración, las astucias y los embustes de los que se articulan para terminar de destruir lo que queda de la Civilización Cristiana. Articulaciones que llegarían a destruir la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana si fuese destructible aquella de quien Nuestro Señor dijo a San Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18).
Es inútil: las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia de Cristo. Al contrario, habrá un momento en que ellas se romperán y se harán pedazos. Y la Santa Iglesia continuará, más altiva que nunca, su peregrinación por la Historia hasta el día glorioso en que Nuestro Señor Jesucristo bajará con los Ángeles del Cielo y con las almas de los justos para juzgar a los vivos y a los muertos.
Plinio Corrêa de Oliveira (extraído con adaptaciones, del mensaje navideño de 1990)