Significado de la realeza de Jesucristo

Ochenta años versus diez minutos
noviembre 20, 2023
La Medalla Milagrosa: Historia, explicación, sus gracias
noviembre 27, 2023
Ochenta años versus diez minutos
noviembre 20, 2023
La Medalla Milagrosa: Historia, explicación, sus gracias
noviembre 27, 2023
Significado de la realeza de Jesucristo

El Reino de Dios está dentro de nosotros. Ahora bien, a pesar de ser pequeño en su extensión, él tiene un valor infinito porque costó la Sangre de Cristo. Por eso, cada uno de nosotros debe conquistarlo para Nuestro Señor, destruyendo todo aquello que, en nuestro interior, se oponga al cumplimiento de su Ley.

El domingo en que la Santa Iglesia de Dios celebra la realeza de Nuestro Señor Jesucristo se llenarán, en el mundo entero, los templos católicos con una multitud piadosa, que irá a depositar al pie de los altares sus súplicas y oraciones. Contemplando en espíritu esa inmensa multitud, compuesta de personas oriundas de todas las razas y de todos los puntos del globo, tan numerosa que, según la previsión del Apocalipsis, “nadie la puede contar” (Apoc 7, 9), un pensamiento se apodera de mí. Y al mismo tiempo experimento el deseo imperioso de comunicarlo a mis lectores.

Sagrado Corazón de Jesús – Iglesia de los Santos Juanes, Valencia, España

Una verdad áspera y dolorosa

Me sería, sin duda, mucho más grato y fácil ceñirme exclusivamente a consideraciones de orden general sobre la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, tengo la certeza de que tales consideraciones otros las harán. Pero el pensamiento que está en mí, ¿puedo yo, por ventura, tener certeza de que todos los demás lo tuvieron, y de que, en una hipótesis afirmativa, lo exteriorizarán? Una dolorosa negativa me responde a esta pregunta. Y por eso, dejando a otros una tarea – a propósito, incontestablemente indispensable y fundamental –, voy a hacer la más ingrata, oscura y desagradable, no obstante más necesaria: la de decir una verdad áspera y dolorosa en este gran día de fiesta.

Juicio Universal – Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, Gijón, España

Los buenos pensamientos tienen esto de característico: cuando son aprovechados, sirven de remedio tanto a nosotros mismos cuanto al prójimo. Cuando, sin embargo, los rechazamos en nuestra vida interior, o los callamos en nuestras relaciones con el prójimo, ellos se  transforman, según San Pablo, en carbones ardientes que nos caustican y calcinan el alma. ¡Ay de los que recibieron y, por egoísmo o cobardía, no atendieron los buenos consejos!

¡Ay también de los que, por cobardía o egoísmo, callaron los buenos consejos que podrían haber dado! Estos consejos saludables que no exteriorizaron, los quemarán a ellos mismos en su interior, como brasas ardientes. Y en el día del Juicio serán tomados en cuenta como talentos desaprovechados.

Cuando pronunció su magistral alocución en Lisieux, el entonces Cardenal Pacelli, ya predestinado por el Espíritu Santo para regir futuramente a la Iglesia de Dios, hizo una queja amarga que nos cabe recordar. Dijo él que, entre muchos hombres que desobedecen hoy las palabras de los Pontífices, hay una categoría que le causa una amargura especial al Papa. No se trata de los que no tienen fe, ni de los que, teniendo una fe muerta e inoperante, no procuran oír lo que el Papa les dice. Los que más hacen sufrir al Papa – y este es el punto que nos interesa – son los que, al pie del púlpito, en una actitud exterior correcta y  reverente, oyen la palabra del Vicario de Cristo comunicada por la Jerarquía Eclesiástica, ¡pero no la comprenden, si la comprenden no la aman, y si la aman platónicamente no la ponen en ejecución!

“Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron”

Así, hoy en día, ¡cuántos y cuántos católicos, elevados por el Bautismo a la dignidad de ciudadanos del Reino de Dios, ni siquiera cumplirán el precepto dominical! ¡Cuántos otros católicos, además, yendo a la iglesia, oirán algún sermón sobre la Realeza de Jesucristo, sin saber y sin procurar saber cuál es el sentido se debe atribuir a esta fiesta tan clara y tan litúrgica!

¡Cuántos católicos, finalmente, acompañando incluso el propio texto de la Liturgia Sagrada, atenderán las maravillosas lecciones que ella contiene sobre la Realeza de Jesucristo y no la comprenderán! ¡Cuántos católicos que procuran implantar el Reino de Cristo en el mundo entero, olvidan o ignoran que deben comenzar por implantarlo dentro de sí mismos! ¡Y cuántos otros suponen que pueden implantar realmente dentro de sí ese Reino, sin sentir un deseo ardiente y devorador de implantarlo en el mundo entero! En otros términos, ¿no son tales católicos del mismo jaez de aquellos que oyen correctamente, empero solo con los oídos del cuerpo y no con los del alma, lo que les dice la Iglesia por la voz de los Pontífices?

Papa Pío XII

La doctrina de la Realeza de Jesucristo está íntimamente unida a la bellísima y piadosísima práctica de la entronización del Sagrado Corazón de Jesús en los hogares. Si se entroniza la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en el lugar más noble del hogar, es justamente porque se reconoce que Él es Rey. Sin embargo, ¡cuántos hogares hay por ahí en los que la imagen está entronizada en la sala, pero Cristo no está entronizado en los corazones!

Evidentemente, no quiero exagerar la tristeza, ya de sí tan grande de este escenario, cometiendo la injusticia de despreciar lo que hay de bello y de bueno, a pesar de esas lagunas. Cualquier acto de piedad, cualquier actitud de reverencia hacia la Iglesia de Dios, por más superficial e insignificante que sea, debe ser por nosotros, católicos, apreciado, amado y estimulado con un celo inmenso, reflejo directo de nuestro amor a Dios. Lejos de nosotros, pues, un pesimismo de sabor farisaico que nos haga contestar todo y cualquier valor a esas prácticas de piedad, desde que sean sinceras, por más que la frialdad o la ignorancia les tolden el brillo sobrenatural.

No obstante, hecha esta reserva, la verdad está ahí: la queja de San Juan aún hoy es muchas veces procedente: in propria venit et sui eum non receperunt… (Jn 1, 11) 1.

Cristo es Rey por ser Dios

A propósito, no sería difícil conocer la Doctrina de la Iglesia sobre la Realeza de Jesucristo. En su infinita misericordia, Dios se dignó comparar el amor infinito con que nos ama al amor que nos tienen  nuestros padres. Evidentemente, no quiere esto decir que Él haya reducido en la comparación las dimensiones insondables de su amor, para mezquinarlas hasta las proporciones exiguas de los afectos de los cuales los hombres son capaces. Por el contrario, si Él se sirvió de esa comparación del amor paterno, fue apenas para darnos a entender, de lejos, cuánto Él nos ama. Si diéremos a la palabra “padre” el sentido que ella tiene en el orden natural, Dios no es apenas nuestro Padre, sino mucho más que eso, por ser nuestro Creador. Sin embargo, como la función del padre, en la naturaleza, no es sino la de coadyuvar a Dios en la obra de la Creación, si alguien merece en realidad el nombre de Padre, es Dios.

Y nuestro padre según la naturaleza no es otra cosa sino el depositario de una parcela de la paternidad que Dios tiene sobre nosotros.

Lo mismo se da con la Realeza de Jesucristo. Para hacernos comprender la autoridad absoluta que, como Dios, Él tiene sobre nosotros, Jesucristo se dignó compararse con un Rey. Sin embargo, como por Él reinan los reyes, y la autoridad de los reyes solo es auténtica por provenir de Él, en realidad, el único Rey, Rey por excelencia, es Él. Y los reyes o jefes de Estado no son sino humildes acólitos, de los cuales Él se digna servirse en la obra de la dirección del mundo. Cristo es Rey por ser Dios. Llamándolo de Rey, queremos simplemente afirmar la omnipotencia divina, y nuestra obligación de obedecerle.

¡Obediencia! He aquí uno de los conceptos contenidos esencialmente en el concepto de la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo. Cristo es Rey, y a un rey se le debe obediencia. Festejar la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo es festejar su poder sobre nosotros. E, implícitamente, nuestra obediencia con relación a Él.

¿Cómo se obedece a un Rey? La respuesta es simple: conociendo su voluntad y cumpliéndola con una exactitud amorosa y pormenorizada. Así, pues, el único modo de que obedezcamos a Cristo Rey es conocer su voluntad y seguirla.

Seamos soldados de Cristo Rey

El Dr. Plinio en 1939

De esta noción tan clara, simple y luminosa, un programa de vida también claro, luminoso y simple se sigue.

Para conocer la voluntad de Cristo Rey debemos conocer el Catecismo. Porque es allí, a través del estudio de los Mandamientos estudio este que solo será completo con el de toda la Doctrina Católica, que conocemos la voluntad de Dios. Y para seguir esta voluntad debemos pedir la gracia de Dios por la oración, por la práctica de los sacramentos y por nuestras buenas obras. Finalmente, por la vida interior, esto es, por la lectura espiritual, por la meditación y por la vida vivida exclusivamente a la luz del Catecismo, seguiremos la voluntad de Dios.

Dijo Nuestro Señor que el Reino de Dios está dentro de nosotros mismos. Ahora bien, este pequeño Reino, pequeño como extensión, pero infinito como valor porque costó la Sangre de Cristo, cada uno de nosotros lo debe conquistar para Nuestro Señor, destruyendo todo aquello que, dentro de nosotros, se oponga al cumplimiento de su Ley.

Finalmente, las Leyes de Cristo se aplican no apenas a un individuo en particular, sino a los pueblos y naciones. Que los pueblos conozcan y practiquen en su organización doméstica, social y política, las encíclicas, que son la expresión de la propia voluntad de Dios, y Jesucristo será Rey. En otros términos, seamos buenos católicos; siéndolo, seremos necesariamente apóstoles; y siendo apóstoles, seremos necesariamente soldados de Cristo Rey.

por Plinio Corrêa de Oliveira

(Extraído de O Legionário, No. 372, del 29/10/1939)

Fuente: Revista Dr. Plinio Vol. VI – N° 67 Noviembre de 2023

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

¿Desea recibir mensajes de Fe?