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Dios anuncia la paz a su pueblo…

“Todas las tensiones y conflictos del mundo nacen por un profundo desequilibrio en el corazón humano. ¿Quién puede intervenir para sanar el corazón humano, curarlo y pacificarlo sino el mismo Dios? ¡Él es el médico que opera en lo más hondo!”

Por encima de toda nacionalidad, raza, religión o cultura, la búsqueda de la paz es una aspiración impresa, de forma imborrable, en todos y cada uno de los hombres, que llevan en su corazón, ansiosamente, un llamado en pro de la paz.

“Por desgracia —bien decía en tiempos idos el recordado Papa Benedicto XVI (8-12-2005)— existen todavía sangrientas contiendas fratricidas y guerras desoladoras que siembran lágrimas y muerte en vastas zonas de la tierra”. Hoy, pasados casi 20 años, se presentan ante nosotros situaciones, de diferentes y graves conflictos, que reclaman una búsqueda de paz para bien de toda la humanidad.

Tiempos de violencia y guerras destructoras nos amenazan, a todo momento conflagraciones estallan como fuego bajo las cenizas, y pueden llevar a una explosión más destructiva y de imprevisible magnitud.

Volviéndonos a lo más cercano de cada uno de nosotros, en la propia institución de la familia, vemos contiendas y divisiones, sea en los matrimonios o de padres con los hijos. Dando lugar, como evidente consecuencia, a los antagonismos en las escuelas, universidades, trabajos, etc.

No podemos dejar de perder de vista, con profunda tristeza, la violación del derecho a la vida de los más débiles e indefensos antes de nacer, como de los ancianos ante el riesgo de legislaciones como la eutanasia.

Todos estos elementos, causantes de la falta de paz, llevan a enfrentamientos en los grupos sociales, pueblos, razas, naciones. Ante eso claman muchos corazones: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sl 84, 8).

En este preocupante panorama abundan los indiferentes que, influenciados por una vida cómoda y sin dificultades, no claman a Dios y consideran la paz como una simple ausencia de contiendas armadas. Es la “paz del mundo”, la “pseudo-paz”: del consumismo, del laicismo, del hedonismo, del sincretismo religioso, de la adoración de la máquina y de la tecnología.

¿Dónde está la verdadera paz?

Así siendo, importa discernir las causas últimas de esta situación que hace que la paz resulte precaria e inestable. Enfrentados a tan sombrío escenario, y teniendo claro a sus ojos que la paz no está siendo obtenida por una coligación de fuerzas humanas, los hombres se preguntan: ¿Cómo encontrar la paz?, y más aún: ¿Dónde está la verdadera paz?

Es una realidad —y nadie lo pone en duda— que “la verdad sirve a la causa de la paz; también es indiscutible que la ‘no-verdad’ camina a la par con la causa de la violencia y la guerra”, afirmaba San Juan Pablo II, considerando la ‘no verdad’ como “la mentira propiamente dicha, información parcial y deformada, propaganda sectaria, manipulación de los medios de comunicación, etc.” (1º-1-1980).

Años después, sabiamente insistía Benedicto XVI: “La historia ha demostrado con creces que luchar contra Dios para extirparlo del corazón de los hombres lleva a la humanidad, temerosa y empobrecida, hacia opciones que no tienen futuro” (8-12-2005).

En medio de las guerras de los días de hoy, el Cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado y experimentado diplomático de la Santa Sede, entrevistado por la revista Huellas (3-10-2023), respondía sobre el momento actual recordando al Concilio Vaticano II: “todas las tensiones y conflictos del mundo, nacen por un profundo desequilibrio en el corazón humano. Desequilibrio que va unido al primer pecado, la desobediencia a Dios, y se ahonda con nuestros pecados personales. ¿Quién puede intervenir para sanar el corazón humano, curarlo y pacificarlo sino el mismo Dios? ¡Él es el médico que opera en lo más hondo!”

P. Fernando Gioia, EP

Por ese motivo, es urgente intensificar el anuncio y testimonio, en todo el mundo, del “Evangelio de Cristo, que es un Evangelio de paz” —decía San Juan Pablo II— pues, cuando la sociedad humana se deja iluminar por lo que podremos llamar de “resplandor de la verdad”, principia naturalmente el camino, partiendo de Cristo fuente de la verdadera paz, dando lugar a la “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 13-14).

San Agustín definía la paz como tranquillitas ordinis, la tranquilidad del orden, es decir, aquella situación de calma, de serenidad, dentro del orden; las cosas en orden infundiendo tranquilidad, aún en medio de las dificultades de la vida.

La paz será auténtica y perdurable cuando construida sobre la roca firme de la Verdad de Dios, las enseñanzas del Evangelio y del cumplimiento de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. En sentido contrario, el pecado trae perturbación, agitación, nerviosismo, depresión, angustia, ansiedad, que, además de perturbar el sistema nervioso quita la tranquilidad, la paz de alma, la paz de las consciencias.

Resumiendo, podríamos afirmar que el mundo tendrá una paz auténtica cuando dé sus espaldas a los delirios de los días de hoy, volviendo sus miradas hacia Dios, reconociéndolo como el fin último de su vida, colocándolo en el centro.

El Salmo 84, 9 proclama: “Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos y a los que se convierten de corazón”. El futuro de la paz está en los corazones de los hombres. Es lo que afirmaba la Virgen Santísima en una de las apariciones a los tres pastorcitos de Fátima, precisamente el 13 de julio de 1917: “Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz”.

Llenos de confianza dirijamos nuestras miradas a María Santísima, Madre del Príncipe de la Paz, que interceda ante Él, pidiendo que los hombres y mujeres de hoy, se dejen iluminar por la Verdad que los hará libres (Cf. Jn 8,32).

Por el P. Fernando Gioia, EP

Fuente: Gaudium Press

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