La Contra-Revolución – La más bella gesta de la historia

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La Contra-Revolución – La más bella gesta de la historia

Ante un proceso que parece avanzar triunfalmente hasta su siniestra culminación, la Providencia suscita una reacción irreversible como instrumento para el triunfo final del Inmaculado Corazón de María.

Habiendo recorrido sumariamente el proceso revolucionario en su desarrollo histórico y esbozado su actual statu quo, vale la pena dedicar unas líneas a aquello que el Dr. Plinio en su magistral ensayo “Revolución y  Contra-Revolución” define como siendo, «en el sentido literal de la palabra, despojado de las conexiones ilegítimas y más o menos demagógicas que a ella se unieron en el lenguaje corriente, una “re-acción”. Es decir, una acción que va dirigida contra otra acción».1

He aquí la Contra-Revolución, de cuyos rasgos fundamentales trataremos de ofrecer un rápido esbozo.

La Contra-Revolución, un estandarte en marcha

Al entrar en contacto con ese carácter de reacción, podríamos pensar que, habiendo expuesto unas páginas atrás [Ver Revista Heraldos del Evangelio, Enero 2024] la esplendorosa «arquitectura» del orden cristiano que brilló en la Edad Media, tuviera la Contra-Revolución el objetivo de su simple restauración. Después de todo, «si la Revolución es el desorden, la Contra-Revolución es la restauración del orden. Y por orden entendemos la paz de Cristo en el Reino de Cristo. Es decir, la civilización cristiana, austera y jerárquica, fundamentalmente sacral, antiigualitaria y antiliberal».2 Este bellísimo epígrafe de la obra del Dr. Plinio parece confirmar la aserción antedicha.

Sin embargo, un poco antes subraya que la lucha contra la Revolución debe llevarse a cabo «tal como ésta realmente existe hoy y, por tanto, contra las pasiones revolucionarias tal como hoy crepitan, contra las ideas revolucionarias tal como hoy se formulan, contra los ambientes revolucionarios tal como hoy se presentan, el arte y la cultura revolucionarios tal como hoy son, las corrientes y los hombres que, en cualquier nivel, son actualmente los fautores más activos de la Revolución».3 Así pues, en las primeras décadas del tercer milenio los adversarios ya no son los mismos contra los cuales combatió el Dr. Plinio en el siglo xx, sino sus herederos, mucho más avanzados en el auge de maldad que pudimos escudriñar en el artículo precedente.

En estas condiciones, erraríamos al darle a la Contra-Revolución el carácter de un movimiento nostálgico, deseoso de restablecer el pasado a modo de «un falso y estrecho tradicionalismo que preserva ciertos ritos, estilos o costumbres por mero amor a las formas antiguas y sin ningún aprecio por la doctrina que los engendró. Eso sería arqueologismo».4 La Contra-Revolución, como afirmó cierta vez el Dr. Plinio, «no es un museo, sino un estandarte en marcha».5 Sus metas son mucho más ambiciosas que un utópico regreso a la Edad Media; apuntan, con refinamientos de fe y esperanza, a la era gloriosa prometida por Nuestra Señora en Fátima y profetizada por numerosos santos, entre ellos el gran heraldo de la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort.

Una restauración hasta los cimientos

Entonces, ¿qué caracterizará a esta restauración de la que habla Revolución y Contra-Revolución? «Instaurare omnia in Christo» (restaurar todas las cosas en Cristo) fue el lema y el ideal de gobierno de San Pío X, en una época en que los efectos del proceso de disgregación de la civilización cristiana alcanzaban ya a todas las capas de la sociedad. Nada distinto a esta meta podría desear la Contra-Revolución en el ámbito de los principios, los cuales emanan de la más pura doctrina católica. En los accidentes, no obstante, acarrea consecuencias que requieren una atención especial.

Según explica el Dr. Plinio, así como en la naturaleza la recomposición de un tejido suele tener más solidez en el punto de dilaceración —es el caso de las cicatrices o las soldaduras óseas—, «después de cada prueba, la Iglesia emerge particularmente armada contra el mal que trató de postrarla».6 Consideremos su respuesta contra las herejías, su cuidado para evitar que las almas penitentes reincidan en el pecado y muchos otros ejemplos.

Y él, en una famosa conferencia, aplica este principio a su lucha: «La Contra-Revolución es un movimiento que no sólo pretende frenar a la Revolución, sino derrotarla, exterminarla e implantar el Reino de María, es decir, la instauración, en esta tierra, de un orden temporal y, también, de una cultura, de una civilización, de un estado espiritual que estén marcados predominantemente por los principios que la Revolución ha intentado eliminar, de tal manera que éstos sean llevados hasta sus últimas consecuencias, hasta su mayor brillo y hasta su apogeo, y que de la noche profunda de la Revolución, por los esfuerzos de la Contra-Revolución, raye la mayor luz, el mayor esplendor de la civilización cristiana, el estado más radiante de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana».7

Como registra en su obra, «el orden nacido de la Contra-Revolución debe refulgir, incluso más que el de la Edad Media, en los tres puntos capitales en los que fue vulnerado por la Revolución».8 Considerando la precisión con que son definidos por el Dr. Plinio, preferimos mencionarlos literalmente:

«Un profundo respeto a los derechos de la Iglesia y del papado y una sacralización, en la mayor medida de lo posible, de los valores de la vida temporal, todo ello en oposición al laicismo, al interconfesionalismo, al ateísmo y al panteísmo, así como a sus respectivas secuelas.

»Un espíritu de jerarquía, que marca todos los aspectos de la sociedad y del Estado, de la cultura y de la vida, en oposición a la metafísica igualitaria de la Revolución.

»Una diligencia en detectar y combatir el mal en sus formas embrionarias o veladas, en fulminarlo con execración y nota de infamia, y en castigarlo con inquebrantable firmeza en todas sus manifestaciones, particularmente en las que atenten contra la ortodoxia y la pureza de las costumbres, todo ello en oposición a la metafísica liberal de la Revolución y a su tendencia a dar rienda suelta y protección al mal».9

Si este es el objetivo de la Contra-Revolución, el mejor camino para lograrlo, sin duda, consiste en que sus defensores comiencen por aplicar tales principios en sus vidas. ¿Cómo hacerlo?

Vigilancia contrarrevolucionaria

Un contrarrevolucionario en la fuerza del término, para el Dr. Plinio, es aquel que: «Conoce la Revolución, el orden y la Contra-Revolución en su espíritu, sus doctrinas y sus respectivos métodos. Ama la Contra-Revolución y el orden cristiano, odia la Revolución y el “antiorden”. Hace de ese amor y de ese odio el eje alrededor del cual gravitan todos sus ideales, preferencias y actividades».10

Darle vida a esta formulación requiere una aplicación constante del método tomista de ver, juzgar y actuar. El papel del contrarrevolucionario es discernir continuamente las influencias, ideas y obras de la Revolución en su entorno, pues no hay ámbito de la actividad humana que no esté, en mayor o menor medida, afectado por ella. Las escuelas artísticas a menudo pretenden transmitir sus doctrinas y su espíritu; los productos que consumimos casi siempre tienen su impronta; los hábitos mentales, los modos de ser, de hablar o de vestir, las más diversas costumbres rara vez escapan a su interferencia, favoreciendo el oscurecimiento de los horizontes sobrenaturales, la degradación del ser humano, la corrupción de la moral.

Un análisis atento nos mostrará cómo casi todo tiende a la connaturalidad con lo igualitario, lo licencioso, lo meramente funcional o desechable. Sin afirmar, a priori, que todo ha de ser evitado, el contrarrevolucionario debe entrar en contacto con estas realidades de tal manera que no distorsionen la visión sana y objetiva de las cosas, suscitándole cierta ojeriza a lo que es noble y perenne. Todo hay que pesarlo y medirlo para que, según el caso, sea utilizado con sabiduría o rechazado y, a su manera, combatido.

Este combate empieza en el interior de cada uno. Si, como decía el Dr. Plinio, «todo lo que admiramos penetra de algún modo en nosotros»,11 es necesaria una posición de constante admiración y, por qué no decirlo, de proclamación del bien, de la verdad y de lo bello, que conlleva a un creciente rechazo del mal, del error y de lo feo. En efecto, ¿cómo uno podrá declararse contrarrevolucionario mientras, por ejemplo, se deleita con músicas modernas febricitantes cuyas letras contendrían rastros del más grosero liberalismo, cuando no de abierta inmoralidad? ¿O acepta formas de vestir o de hablar que fomentan la vulgaridad y la promiscuidad? La unidad del trabajo revolucionario implica que, en contrapartida, «el contrarrevolucionario auténtico sólo podrá serlo en su totalidad».12

El reclutamiento contrarrevolucionario

Ahora bien, debemos ser objetivos y reconocer cuán pocos son los que hoy viven este ideal. En general, el contrarrevolucionario «tiene una noción lúcida de los desórdenes del mundo contemporáneo y de las catástrofes que se acumulan en el horizonte. Pero su propia lucidez le hace darse cuenta de la magnitud del aislamiento en el que tan frecuentemente se encuentra, en un caos que le parece que no tiene solución».13

Al constatar la universalidad del proceso revolucionario, se siente horrorizado y oprimido por el yugo de la creciente corrupción del mundo contemporáneo, pero no siempre sabe cómo actuar. De ahí la necesidad de aglutinar a todos los que se encuentran en esa situación, superando cualquier espíritu derrotista, para constituir una «familia de almas cuyas fuerzas se multiplican por el hecho mismo de la unión».14 Por eso, «la acción contrarrevolucionaria merece tener a su disposición los mejores medios»,15 y puede conseguirlo con el sabio empleo de los que tiene a su alcance.

A cuántas personas no les ha despertado una simple denuncia a la inmensa crisis en la que estamos inmersos, cuando la Revolución trata de culminar sus conquistas en un entorno mal preparado debido a algún apego, a veces meramente atávico, a costumbres del pasado. Esta táctica le corta el camino porque, para avanzar, la Revolución necesita el apoyo unánime de la opinión pública. Si una parte de ésta, agredida por la realidad, estanca, le pasa como a una inmensa serpiente que es pisada en la cola: su marcha pierde impulso, hasta el punto de comprometer sus objetivos.

Para atraer definitivamente a estos cristalizados, le corresponde a la Contra-Revolución proceder en sentido contrario al disimulo con que obra el mal, pues «en el itinerario del error hacia la verdad, no existen para el alma los silencios bellacos de la Revolución, ni sus metamorfosis fraudulentas. No se le oculta nada de lo que debe saber»18 Aquí transparece una de las características más destacadas de la acción contrarrevolucionaria, tanto en el ámbito personal como en el proceder externo, ya sea éste individual o colectivo

Integridad, la fuerza de la Contra-Revolución

Basta un breve recorrido por el proceso revolucionario para constatar cómo la mentira caracteriza su acción sobre las almas. La Contra-Revolución, por el contrario, actúa siempre con integridad, siguiendo las palabras del divino Maestro: «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no» (Mt 5, 37). Por ello, el Dr. Plinio desdeña la táctica «de presentar a la Contra-Revolución bajo una luz más “simpática” y “positiva” que la lleve a no atacar a la Revolución», concluyendo que «es lo más tristemente eficiente para empobrecerla de contenido y de dinamismo».19

Convencido de que el esplendor de la verdad posee la fuerza per se para atraer a cualquier hombre de buena voluntad a seguirla, subraya que «la Contra-Revolución tiene, como una de sus misiones más destacadas, la de restablecer o reavivar la distinción entre el bien y el mal, la noción del pecado en tesis, del pecado original y del pecado actual».20 El objetivo de este procedimiento, que le gustaba denominar como «la política de la verdad», es el de definir los campos, evadiendo uno de los grandes errores contemporáneos —el relativismo moral y doctrinario— que, a semejanza del desvío denunciado por el profeta Sofonías, proclama: «El Señor no hace ni bien ni mal» (1, 12). Al contrario, se trata de seguir a Nuestro Señor Jesucristo que vino para ser «signo de contradicción», «para que se manifiesten los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 34-35). Está claro, entonces, que «ante la Revolución y la Contra-Revolución no hay neutrales».21

En el ámbito individual, la irrenunciable necesidad de la integridad será analizada en el próximo artículo, al relacionar la Contra-Revolución con la santificación personal.

La lucha contrarrevolucionaria en el siglo xxi

Después de considerar los principios relacionados hasta aquí, es menester hacer una aplicación concreta a nuestros días. ¿Cómo actuar como contrarrevolucionario en el siglo xxi? Ya hemos visto en los dos artículos precedentes cómo la Revolución tendencial alcanzó un auge de relevancia tras la explosión de la Cuarta Revolución. Así, al contrarrevolucionario le corresponde realizar una labor de reacción en el mismo campo y de mayor intensidad.22

Y dado que el polo de la lucha contrarrevolucionaria ha cambiado en las últimas décadas del siglo xx del orden temporal al espiritual,23 nunca estará de más preparar el terreno para el apostolado a través de celebraciones litúrgicas que eleven la consideración de realidades sobrenaturales, de templos que reflejen, por su pulcritud y decoro, las bellezas celestiales, y especialmente de hijos de la Iglesia que transmitan en su tipo humano los ideales de la Contra-Revolución, es decir, que sean conformados en todo a la mentalidad de la Sagrados Corazones de Jesús y de María.

Irreversibilidad de la Contra-Revolución

Se trata de un objetivo atrevido, sin duda, frente a un enemigo universal que cuenta con recursos ilimitados a su servicio y el apoyo de todas las fuerzas humanas. ¿Cómo lograrlo? El Dr. Plinio nunca retrocedió ante la verdad: «Pocas cosas podría hacer yo tan perjudiciales para la vocación [contrarrevolucionaria] como no mostrarles el lado difícil y arduo de nuestras esperanzas, viables sólo desde un punto de vista sobrenatural, sino, al contrario, presentarlas como realizables por medios naturales».24

Vista de la bahía de Guanabara (Brasil)

En efecto, la esperanza de una victoria del bien está puesta sustancialmente en la intervención divina, ya sea en la historia misma o, en primer lugar, en el interior de las almas que deben constituir el Reino de María. En otro epígrafe magistral, el Dr. Plinio evalúa la razonabilidad —basada en la fe— de esta perspectiva:

«Alguien podría preguntar qué valor tiene ese dinamismo. Respondemos que, en teoría, es incalculable y ciertamente superior al de la Revolución: “Omnia possum in eo qui me confortat” (Flp 4, 13). Cuando los hombres deciden cooperar con la gracia de Dios, las maravillas de la historia son las que se obran de esta manera: es la conversión del Imperio romano, es la formación de la Edad Media, es la reconquista de España a partir de Covadonga, son todos estos acontecimientos que ocurren como fruto de las grandes resurrecciones de alma de las que los pueblos son también susceptibles. Resurrecciones invencibles, porque no hay nada que derrote a un pueblo virtuoso y que verdaderamente ame a Dios».25

Sobre esta implacable verdad teológica, el Dr. Plinio afirmó su certeza respecto de lo que bautizó como la «irreversibilidad de la Contra-Revolución». Frente a un movimiento cuyo dinamismo reside en la exacerbación de las peores pasiones humanas —el orgullo y la sensualidad—, el surgimiento de una corriente que, apoyada en la gracia, pretende no sólo frenarlo, sino exterminarlo e implantar el Reino de María, implica aseverar que ningún factor humano o preternatural podrá detener su marcha hacia la victoria final.

¿En qué se basa esa afirmación? En la convicción de que Dios no puede dejar de intervenir ante este ápice del mal que, cada vez con mayor atrevimiento, osa adentrarse en regiones cuya capitulación comprometería la credibilidad de los pilares de nuestra fe; en la promesa de la inmortalidad de la Iglesia hecha por Nuestro Señor Jesucristo (cf. Mt 16, 18) y en el anuncio del triunfo del Inmaculado Corazón de María profetizado en Fátima.

El Dr. Plinio discurre sobre esto con palabras de fuego: «Es un triunfo que será el más grande de la historia, y es preciso que lo sea. Porque sólo se triunfa sobre un gran enemigo con una gran victoria, y sólo se vencen tinieblas profundas con una abundancia mayor de luz. Así pues, podemos tener la certeza de que el Reino de María es irreversible. Todo lleva a creer que ha de venir, hay signos de que empieza a venir y, finalmente, tenemos una promesa indefectible de que vendrá. Por lo tanto, después del castigo vendrá la misericordia, después del como que diluvio vendrá el arcoíris. Entonces rayará, finalmente, la gloria inmarcesible e irrevocable del Reino de María».26 ◊

Por el P. Mauro Sergio da Silva Isabel, EP

Fuente: Revista Heraldos del Evangelio, Enero 2024

Notas:
1 RCR, P. II, c. 1, 1.
2 Ídem, c. 2, 1.
3 Ídem, c. 1, 3.
4 Ídem, c. 3, 1, C.
5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 17/10/1985.
6 RCR, P. II, c. 2, 2.
7 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 29/1/1967.
8 RCR, P. II, c. 2, 2.
9 Ídem, ibídem.
10 Ídem, c. 4, 1.
11 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 3/10/1969.
12 RCR, P. I, c. 9.
13 Ídem, P. II, c. 5, 1
14 Ídem, B.
15 Ídem, c. 6, 1.
16 Ídem, c. 8, 3, E.
17 Ídem, c. 5, 3, A.
18 Ídem, c. 8, 3, B.
19 Ídem, c. 7, 3, B.
20 Ídem, c. 10, 1.
21 Ídem, c. 5, 3, A.
22 Cf. Ídem, P. III, c. 3, 3.
23 Cf. Ídem, c. 2, 4, B.
24 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conversación. São Paulo, 6/2/1989.
25 RCR, P. II, c. 9, 3.
26 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 29/1/1967.

Foto principal: El Dr. Plinio en 1991

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