¿El diablo no existe o es que se disfraza bien?

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¿El diablo no existe o es que se disfraza bien?

Una señora sencilla y bonachona, pasando por una delicada situación económica, fue a buscar en internet una solución a su problema y terminó llevándose a casa un esotérico programa espiritual que le enseñó a exaltar el dinero y abandonar la religión.

En los últimos días he estado reflexionando mucho sobre la importancia del silencio. Busqué, en la buena literatura, escritos de santos que trataran de este tema y encontré perlas tan ricas que me equivocaría si eligiera una sobre otras para usar como apertura de este artículo. Lo que puedo decir, con mucha propiedad, es que el silencio nunca ha sido tan útil y necesario para los cristianos como ahora.

Cuando es arrestado, el acusado de un delito recibe instrucciones de la policía de que tiene derecho a guardar silencio y que todo lo que diga puede ser usado en su contra. De manera similar, podríamos decir que todo lo que diga la persona a quien se le asigna el “delito” de ser cristiano, ciertamente podría ser usado en su contra, en contra de la Iglesia y en contra de Dios.

Por mucho que me esfuerce en recordar, no puedo imaginar un período de la historia en el que el ser humano viviera a diario con una gama tan grande de errores y que, al no querer adherirse a ninguno de ellos, se viera obligado a vivir como si no existieran, porque el bien y el mal se relativizaron e invirtieron. De hecho, hoy en día, el pecar, amar el pecado y perdonarlo se da por sentado y ver el pecado y atreverse a decir que es un pecado se toma como algo malo y uno puede estar sujeto a un severo castigo.

Si tantos van por ese camino, debe ser el camino correcto…

Quien cree vivir con rectitud, siendo obediente a la palabra de Dios y buscando caminar por el camino de la santidad, se siente, por un lado, indignado y triste y, por otro lado, esperanzado, porque las cosas van tan mal que el regreso de Jesús debe estar mucho más cerca de lo que uno se puede imaginar.

Por otro lado, aquellos que no están muy acostumbrados a pensar – porque eso requiere trabajo, y prefieren dejarse llevar – pueden sorprenderse, al principio, de modas, costumbres, expresiones artísticas y comportamientos que no les parecen buenos, pero terminan considerando que, “si tanta gente va por este camino, debe ser el camino correcto; al fin y al cabo, el mundo ha evolucionado, ya no podemos dejarnos llevar por ideas anticuadas ni ser fanáticos religiosos”.

Por cierto, uno ve una adhesión masiva a las prácticas más absurdas que existen, no obstante… el fanatismo es solo creer en Dios, asistir a Misa y los Sacramentos, vestirse con modestia, obedecer los mandamientos y comportarse con decencia.

Así que la mayor parte de la población va donde lleva la tendencia del momento, y es por eso que hay tanta gente tonta alrededor. Las tendencias cambian tanto y tiran en tantas direcciones diferentes que es difícil seguirlas sin marearse. Lamentablemente, el mundo de hoy está dividido en seguidores y aquellos que tienen seguidores. ¡Pero dizque fanáticos, son sólo los que siguen a Dios!

La misión de la Iglesia

Todo este preámbulo –que en la prensa llamamos “nariz de cera”– es para preparar la mente, querido lector, antes de tocar una herida supurante: ¿existe o no existe el diablo?

Desde hace un tiempo se han puesto de moda unos pseudo-sabios afirmando que el cielo, el infierno, el purgatorio, el castigo y la bienaventuranza, todo es un invento de la Iglesia para mantener a la gente atemorizada y bajo su yugo y dominio. Bueno, para refutar ese punto de vista, basta decir que la Iglesia Católica no inventó la Biblia ni las leyes de Dios. La Iglesia fue fundada por Jesús y tiene su fundamento en las Sagradas Escrituras. Es parte de su misión difundir la Buena Nueva, y la existencia del diablo está explícita en los libros sagrados, siendo mencionado varias veces por el mismo Jesús.

Sin embargo, no podemos dejar de considerar que también hay filósofos de mayor calibre que se prestan a largos estudios sobre la existencia del diablo. Estos, en la lógica imposibilidad de negar su existencia, prefieren dibujar un perfil simpático de él, admitiendo su existencia, pero negando que sea lo que se dice que es: la representación del mal, el enemigo de Dios. Así, se fue creando un “demonio del bien”.

De ahí surgen los satanistas, que incluso defienden la enseñanza del satanismo en las escuelas, como contrapunto a la enseñanza cristiana, tema que ha causado polémica principalmente en Estados Unidos, donde el movimiento satanista es más fuerte.

Y en los streamings se estrenan series como Lucifer, un demonio rompecorazones y de buena pinta, que conquista la simpatía general y hace suspirar a las adolescentes.

Una verdad de fe negada por muchos cristianos

Lo peor es que hay religiones llamadas cristianas que niegan la existencia del demonio y hasta hay sacerdotes católicos que cuestionan la existencia del maligno o su influencia en las personas, lo cual es una verdad de fe defendida por la Iglesia.

Ya escribí al respecto, refiriéndome más específicamente a la existencia o no del infierno, pero decidí retomar el tema debido a una experiencia vivida por una señora que conozco, que me hizo reflexionar sobre las sutilezas del mal. Por todo lo que se ve en el mundo, es obvio que el diablo existe, y una de sus principales estrategias es disfrazar muy bien su propia existencia para engañar a los incautos y ganar adeptos, quienes, por desgracia, no siempre tienen el discernimiento suficiente para darse cuenta de a quién sirven.

Esta señora, una persona sencilla y de buen talante, pasando por una situación económica delicada como muchas personas, acudió a internet para buscar un consejo o una solución a su problema. No es ningún secreto que cuando buscamos algo en internet o incluso cuando miramos un anuncio por más de 5 segundos, la imagen de nuestros ojos es captada por la cámara frontal de nuestro celular y esto provoca que el algoritmo comience a disparar más contenido similar.

Comprando gato por liebre

De esa forma, esa persona comenzó a recibir mucho contenido y anuncios relacionados con las finanzas y uno de ellos, muy bien elaborado, terminó por llamar su atención. Era la oferta de un curso gratuito, un patrón básico de venta en la red, pero que, en su sencillez, ella desconocía. Sin pensarlo mucho y llena de esperanza, se inscribió en ese curso, se unió a un grupo de mensajes y comenzó a recibir avisos sobre las clases. Finalmente, comenzó el curso y ella quedó asombrada con las cosas que dijo el presentador: “¡Señor Alfonso, parecía que conocía mi vida! Señaló todas mis dificultades, los errores que cometí, los hábitos que me endeudaron”.

Como esta conocida mía, muchos otros deben haber sentido lo mismo. Al fin y al cabo, un buen vendedor conoce la psicología de las personas, y quienes experimentan determinada situación o problema suelen seguir un patrón de malas acciones; por lo tanto, el presentador no le hablaba a ella, sino a todos los que tienen la misma forma de actuar. Obviamente, al final del “curso gratuito”, muchos internautas, incluida esta señora, compraron el producto ofrecido, un programa bastante costoso para ayudar a las personas a resolver su situación financiera.

Lo que más me llamó la atención fue que esta señora apenas puede pagar sus cuentas del día a día, sin embargo, usó prácticamente todo el límite de una tarjeta de crédito y compró el curso.

Para atraer dinero, ¡olvídate de tu religión!

Me dijo que había una práctica que se debía hacer todas las mañanas, antes de escuchar un audio con instrucciones de cómo solucionar el problema con las finanzas. En los primeros días, incluso estaba entusiasmada, sin embargo, como es católica practicante, comenzó a notar algunos aspectos extraños. Este no era un entrenamiento financiero, como le hicieron creer, sino una práctica espiritual con mantras y afirmaciones como: “¡Amo el dinero! ¡El dinero es maravilloso! ¡El dinero es bueno! ¡El dinero es bendito! El dinero es iluminado. Me abro a la fuerza que atrae el dinero. Me dejo dominar por esta fuerza. Debo confiar en esa fuerza.”

Según ella, estas y varias otras afirmaciones similares debían repetirse mañana y noche, con los ojos cerrados, junto con algunos ejercicios corporales y, en una de las prácticas, había mantras en un idioma que no lograba identificar. Me dijo que incluso “atraía” dinero, que recibía dinero inesperado, pero que en lugar de alegrarla, le molestaba, principalmente porque en una de las prácticas se daban instrucciones para romper con cualquier concepto de religión. También se reveló que esas prácticas fueron “recibidas por el instructor de parte de espíritus altamente evolucionados que desean ayudar a las personas a enriquecerse” y que lo que más dificulta que una persona se vuelva rica es la religión.

Tomando la actitud correcta

Gracias a Dios, esta señora hizo lo más sensato que pudo hacer: fue a confesarse y el sacerdote le explicó que el simple hecho de decir “amo el dinero” ya era pecado, porque debemos amar a Dios y usar el dinero para nuestras necesidades, pero nunca decir que amamos el dinero.

Salió del confesionario clarificada y con el alma limpia. Lamentó la cantidad que perdió comprando este programa de prácticas esotéricas disfrazado de curso de finanzas, pero logró dejarlo. Cuando me lo contó, me dijo: “¡Señor Alfonso, hasta me da vergüenza decir algo así! ¿Cómo pude dejarme engañar así? ¡Lo siento por tantas personas que están allí y creen ciegamente en eso!”

Entonces recordé el pasaje donde Jesús nos dice que no podemos servir a Dios y a Mamón: “Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas (Mateo 6:24). En muchas tradiciones, la palabra “Mamón” ha sido sustituida por dinero o riquezas, por ser sinónimo de ellas. Sin embargo, Mamón es un ser demoníaco, conocido como el dios de las riquezas, y Jesús sabía exactamente lo que estaba diciendo cuando hizo esta referencia. Santa Francisca Romana se refirió a este demonio al narrar su visión mística del infierno.

Un sistema inspirado por Satanás

La experiencia vivida por esta señora es un claro ejemplo de cuántas personas están al servicio del diablo y sus secuaces, y cómo se disimula, qué bien disfraza sus actos, haciendo que algo tan horrible y peligroso parezca bueno y placentero. Ciertamente, cada neófito que repite “Amo el dinero” y otras afirmaciones de este tipo está penetrando en un “egrégora” (concepto esotérico que representa un ente no físico que surge del pensamiento colectivo de un grupo diferente de personas) y jugando con algo que no conoce, fuerzas peligrosas que no están al servicio del bien.

Y pueden atraer bienes materiales, sí, especialmente para el “gurú” que creó este sistema, inspirado por satanás, y se hizo millonario con la práctica de engañar a la gente y conseguir que le den dinero, creyendo ingenuamente que tendrán resueltos sus problemas económicos, cuando en realidad, además de no solucionarlos, contraerán un grave problema espiritual.

Como dicen, “el error está ahí, el que quiere cae”. Y los que tienen la humildad de darse cuenta en qué robo se han metido, se levantan. Desafortunadamente, muchos no pueden tener este discernimiento y ni siquiera sospechan con qué poderes se están metiendo, al final… el diablo ni siquiera existe, ¿o sí?

Por Alfonso Pessoa

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