El “Guardián de la Fe” es llamado a la eternidad

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Pasó a guiar el rebaño de Cristo definiendo, esclareciendo y mostrando a los fieles lo que es la verdadera Religión, sobre todo en un mundo que parece estar desertando de la fe.

Volvamos nuestras miradas al 18 de abril de 2005, cuando al cardenal Joseph Ratzinger –Decano del Colegio Cardenalicio en esos momentos– correspondió celebrar la Misa Pro Eligendo Pontífice, previa a los momentos de entrar en el Cónclave, en que fue elegido para el Pontificado Romano tomando el nombre de Benedicto XVI: “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro. Mientras que el dejarse ‘llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina’ parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”.

A continuación de la solemne celebración Eucarística, pasan a reunirse los 115 cardenales electores en la Capilla Sixtina. Ocurrida una cuarta votación concluye uno de los tres cónclaves más breves de la Historia, subiendo a los cielos el humo blanco que confirmaría la elección. Repican las campanas, gritos de alegría en la plaza y –a través de los medios– en el mundo todo. El pueblo espera el momento del Habemus Papam, que confirmará el nombre de aquel que sería el primer Papa del tercer milenio. Gran expectación,  principalmente a su aparición en el balcón central de la Basílica Vaticana. Después de la alegría general, pronuncia sus primeras palabras, definiéndose como “un simple y humilde trabajador de la Viña del Señor”, continuó afirmando: “Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos  insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. El Señor nos ayudará y María, Su Santísima Madre, estará a nuestro lado”.

Este cardenal en quien, en el pasar de los años, nacía el deseo de un día recogerse y dedicarse a su pasión: la teología, confirma, que otros fueron los designios de Dios para con él.

Subía al Solio Pontificio aquel que debería ser el defensor de la verdad, señalándola al mundo entero y trabajando a su favor. Aquel que era calificado como el Panzerkardinal, el rottweiler de Dios, el perro guardián de la doctrina, se convirtió en el 265º pontífice de la Historia.

Después de un pontificado de casi ocho años, ocurrió su histórica renuncia el 11 de febrero de 2013 que sorprendió al Vaticano y al mundo, al pronunciar un breve discurso en latín anunciando su abdicación: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”, agregando: “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado”. Tenía en esos momentos 86 años. Fue el primer pontífice en renunciar en 600 años.

Este acto causaría estupefacción por el hecho de que Benedicto XVI continuaría como Papa, si bien que emérito. Especial novedad, pues se pensaba que volvería a su estatus anterior de obispo, pero esta fue una situación diversa. Algunos llegaron a comentar que, a partir de ese momento, aquel que dirigía el Rebaño de Cristo se convertía en un misterio.

Fueron casi nueve años, rezando en silencio por la Iglesia, en un monasterio. Los días corrieron, su estado de salud fue declinando hasta que las campanas de la Basílica de San Pedro y de numerosos templos del mundo repicaron en señal de luto. Benedicto XVI, a las 9:34 horas del último día del año, había vuelto a la Casa del Padre, en la residencia del Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano. En todos los continentes se multiplicaron las oraciones y mensajes de solidaridad. Tenía 95 años.

Recordamos su especial inteligencia y delicado sentido teológico. Fue tal que lo llamaban el “Mozart de la teología” como también el “Tomás de Aquino de nuestros días”. Influenció profundamente en el Concilio Vaticano II, siendo uno de los peritos, con lo que pasó a asistir a todas las sesiones conciliares, y después en la Curia Romana, llegando a ser considerado uno de los hombres más poderosos de la Iglesia.

La imagen que ha quedado grabada en la mente de muchos romanos era ver, todos los días atravesando la Plaza de San Pedro con su boina y maletín, al cardenal Prefecto. Pocos pensaban que, aquella longa manus del Papa San Juan Pablo II como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante casi 24 años, sería el futuro pontífice.

Le tocó presenciar algunas de las mayores convulsiones y transformaciones por las que está pasando la humanidad y el catolicismo en nuestros días. Pasó a guiar el rebaño de Cristo definiendo, esclareciendo y mostrando a los fieles lo que es la verdadera Religión, sobre todo en un mundo que parece estar desertando de la fe.

En famosa entrevista concedida como cardenal a Vittorio Messori, en el año 1985, manifestaba su preocupación por los resultados que siguieron al Concilio: “parecen cruelmente opuestos a las expectativas de todos, a comenzar por el Papa Juan XXIII y después Pablo VI”, todo había caminado, en el decir de ellos: “para una disensión, que –para usar palabras de Pablo VI– parecen haber pasado de la autocrítica a la autodemolición”. Que se esperaba un salto hacia el frente, pero, “en vez de eso, nos encontramos ante un proceso de decadencia progresiva”.

Fue uno de los grandes hombres que marcaron la Historia. Lo que realmente le importaba era la verdad, su lema episcopal eran las palabras de san Juan: Cooperatores veritatis (3 Jn, 8).

Nos preguntamos: ¿Qué habrá restado, en lo más íntimo de su corazón, de este gran hombre, en aquella cámara impenetrable donde solo examina Dios, llamada corazón?

¿Cuáles habrán sido los anhelos en sus últimos días de vida, por la Iglesia y por el futuro de la Esposa Mística de Cristo, en larga medida trazada por él mismo?

El verdadero testamento de esta eminente vida, sólo el futuro lo dejará señalado.

Los Heraldos del Evangelio prestan los más sentidos homenajes al Papa Emérito Benedicto XVI, que tuvo marcante presencia en la Cátedra de Pedro, dejando profundas enseñanzas y enriqueciendo la vida y la fe de los católicos del mundo entero. Un gran hombre, que dio la vida por la causa de Dios y de la Iglesia.

Padre Fernando Gioia, EP
Heraldos del Evangelio

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