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La adoración de los Reyes Magos o Epifanía
No existen razones profanas ni mundanas en el largo viaje que emprendieron los Magos. Y la confianza que mostraron, impregnada de valentía, ante un tirano con mala fama como Herodes, resulta conmovedora. Sin duda los sustentaba una especial moción del Espíritu Santo.
Navidad y Epifanía
La fiesta de la Epifanía —también llamada Teofanía por los griegos, es decir, manifestación de Dios— ya era celebrada en Oriente antes del siglo IV. Es una de las conmemoraciones cristianas más antiguas, tanto como la Resurrección de Nuestro Señor.
No debemos olvidar que la Encarnación del Verbo se hizo efectiva después de la Anunciación del Ángel; pero hasta entonces, María, Isabel, José y probablemente Zacarías eran los únicos conocedores del gran misterio realizado por el Espíritu Santo. El resto de la humanidad no se percató de lo que sucedía en el período de gestación del Hijo de Dios humanado. La Revelación de los Profetas estaba cubierta bajo cierto misterio, que sólo se despejó tras el testimonio de los Apóstoles.
Epifanía: público reconocimiento de la divinidad del Niño Jesús
Si en la Navidad, por así decir, Dios se manifiesta como Hombre, en la Epifanía ese Hombre se revela como Dios. Así, en estas dos fiestas Dios quiso que el gran misterio de la Encarnación quedara al descubierto con todo su brillo, frente a judíos y gentiles, dado su carácter universal. Occidente celebraba desde un principio la Navidad el 25 de diciembre, y Oriente la Epifanía el 6 de enero. Fue la Iglesia de Antioquía, en tiempos de San Juan Crisóstomo, la que pasó a celebrar ambas fechas. La segunda festividad sólo comenzaría a ser celebrada en Occidente a partir del siglo V.
En nuestra actual fase histórica, la liturgia conmemora la Adoración de los Reyes Magos al Niño Jesús. Por otro lado, todavía quedan vestigios de la antigua tradición oriental que incluía en la Epifanía, además de la Adoración de los Reyes, el milagro de las Bodas de Caná y el Bautismo del Señor en el Jordán. Hoy nuestra liturgia ya no celebra las Bodas de Caná, y el Bautismo del Señor es festejado el día domingo entre el 9 y el 13 de enero. En síntesis, podemos afirmar que la Epifanía, es decir, la manifestación del Verbo Encarnado, no puede ser considerada separadamente de la adoración que le tributaron los Reyes de Oriente. La escena implica un reconocimiento público a la Divinidad del Niño Jesús unida a su humanidad.
Invitación para ser agradecidos con Dios
Lo que movía profundamente el alma de los Reyes Magos era el deseo de rendir culto de adoración a Aquél que había nacido. El significado de la inspiración del Espíritu Santo, llevándolos a Belén, se cifra en el llamado universal dirigido a todas las naciones a su salvación y participación en los bienes de la Redención.
Aunque los Profetas habían predicho la universalidad de esa vocación, los judíos la consideraban un privilegio exclusivo del pueblo elegido. Es curioso notar cómo el propio Cristo en su vida pública, pese a elogiar la fe del centurión romano —“En verdad os digo que en ninguno de Israel he encontrado una fe tan grande” (Mt 8,10) —, afirma no haber sido enviado por el Padre sino a cuidar las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 15,24). Es decir, no quiso llamar directamente a la gentilidad; esa tarea estaba reservada a los Apóstoles, en especial a San Pablo. Pero, con décadas de antelación, los Santos Reyes simbolizaron junto a la cuna del Salvador su gran deseo de redimirnos también a nosotros, los gentiles, de acuerdo a las palabras de la Oración del Día: “Señor, tú que en este día revelaste a tu Hijo unigénito a los pueblos gentiles, por medio de una estrella”; y más claramente en el Prefacio: “Hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación».
Si Dios llamó a los Reyes Magos mediante la estrella, a nosotros nos llama a través de su Iglesia, con su predicación, doctrina, gobierno y liturgia. Por ende, la Epifanía es la fiesta que nos anima a agradecer al Señor, a implorar la gracia de su luz celestial para que nos guíe siempre y en todo lugar, a recibir con fe y vivir con amor todos los dones concedidos por la Santa Iglesia (cfr. Oración después de la Comunión).
La estrella que guiaba a los Magos
Sobre la estrella, comenta el R.P. Manuel de Tuya, OP: “Los Magos alegan para venir a adorar al recién nacido Rey de los judíos que han visto ‘su estrella en Oriente’. En forma muy acentuada se habla de la estrella precisamente del Rey de los judíos. “En el mundo de la astrología, los hombres se consideran regidos por los astros. Pero también en la antigüedad estaba difundida la creencia de que el nacimiento de los hombres principales iba precedido por un signo celeste. Hasta aparece reflejado en los escritos cuneiformes. “Varias fueron las teorías propuestas sobre la naturaleza de esta ‘estrella’ que vieron los Magos'».7
Tampoco el Doctor Angélico dejó de expresar su pensamiento respecto de este trecho. Después de discurrir sobre las razones por las que Dios reveló su nacimiento a los judíos mediante ángeles, y a los gentiles por señales, cita a San Agustín: “los ángeles habitan los cielos y las estrellas los adornan”. 8 Y a partir de ahí analiza la estrella en sí misma, mostrando que “no fue una de las estrellas celestes” sino un astro completamente sui generis.9
Lo adoraron inspirados por el Espíritu Santo
«Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra».
Emociona esta descripción de Mateo: “vieron al niño con María, su madre”. Palabras proféticas, inspiradas por el Espíritu Santo, para dejar constancia a todos los siglos que no se puede hallar a Jesús sin María, y menos aún a María sin Jesús. La Historia ha comprobado —y lo hará aún más— que la devoción a la Madre conduce a la oración al Hijo, y viceversa.
Llama la atención la referencia de Mateo al lugar donde estaba el Niño: una casa, no una gruta. “Autores antiguos como San Justino pensaron que, en efecto, ‘casa’ era un eufemismo por ‘gruta’. San Jerónimo, en cambio, habla varias veces de la gruta y no habla nunca del9.jpg recuerdo ni de la presencia en ella de los Magos. No sería nada improbable que la expresión ‘casa’ de Mateo tenga su sentido real. Situada esta escena sobre año y medio de distancia del nacimiento de Cristo, no es creíble que la Sagrada Familia hubiese permanecido albergada en aquella gruta circunstancial; parece lo natural que hubiesen ocupado una modesta casa. El v. 22 sugiere además que se habían establecido en Belén».13
La adoración prestada por los Magos comprueba una vez más la realidad de la acción del Espíritu Santo en sus almas, tal como lo afirma Santo Tomás de Aquino:
“Los Magos son ‘las primicias de las naciones’ de los que creen en Cristo, en los cuales apareció, como un cierto presagio, la fe y la devoción de las gentes, que venían a Cristo desde países lejanos. Y por esto, así como la devoción y la fe de las gentes están sin error por la inspiración del Espíritu Santo, de la misma manera también debe creerse que los Magos inspirados por el Espíritu Santo tributaron sabiamente adoración a Cristo».14
En cuanto a los obsequios de los Magos, es un gesto que cumple la profecía de Isaías: “Todos vienen de Saba, trayendo oro e incienso, pregonando las glorias del Señor. En ti se reunirán los ganados de Cedar; los carneros de Nabayot estarán a tu servicio. Subirán como víctimas gratas so-bre mi altar, y yo glorificaré la casa de mi gloria” (Is 60, 6-7).
“Al reconocerlo como rey, ofrecieron la primicia exquisita y preciosa del templo: el oro que guardaban. Por entender que era de naturaleza divina y celestial, ofrecieron incienso perfumado, forma de oración verdadera, ofrecida como suave olor del Espíritu Santo. Y en reconocimiento de que su naturaleza humana recibiría sepultura temporal, ofrecieron mirra».15
Volvieron por otro camino
«Avisados en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino».
Dios jamás deja de proteger a quienes lo sirven con amor y fidelidad. Si los Magos hubieran regresado con Herodes, ellos mismos podrían haber precedido a los Inocentes en la muerte.
A todos nosotros, Dios nos hace regresar a la Patria “por otro camino”, según lo enseña San Gregorio Magno. Infelizmente, dejamos el Paraíso Terrenal tras el pecado de orgullo de nuestros primeros padres; más aún, nos hemos apartado de él por apego a las cosas de este mundo y debido a nuestros propios pecados. Dios, como Padre bueno, nos ofrece el Paraíso Eterno; para entrar a él, sin embargo, se sigue el camino opuesto al del orgullo y la sensualidad. Es la vía del desprendimiento, la obediencia, la renuncia a nuestras pasiones. Dios nos ofrece un camino fácil y seguro: “¡Ad Jesum per Mariam!” (¡A Jesús por María!).
Notas:
7 TUYA OP, P. Manuel de – Biblia Comentada. Madrid: BAC, 1964, v. II, p. 35.
8 AQUINO, Sto. Tomás de – Suma Teológica III, q. 36, a. 5 resp.
9 Ver cuadro anexo: No fue una estrella celestial.
13 TUYA OP, P. Manuel de – Op. cit. p. 39.
14 AQUINO, Sto. Tomás de – Suma Teológica III, q. 36 a. 8.
15 ANÓNIMO – Obra incompleta sobre el Evangelio de Mateo, 2: PG 56, 642.