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El triunfo, la cruz y la gloria

La combinación de la entrada triunfal del Divino Redentor en Jerusalén y los sufrimientos de su dolorosa Pasión nos recuerdan que la perspectiva de la cruz está siempre iluminada por la certeza de la gloria futura.


Triunfo anunciador de la gloria de la resurrección

Al considerar en el Domingo de Ramos la entrada triunfal de Nuestro Señor Jesucristo en Jerusalén, debemos tener presente que la Liturgia no es apenas una rememoración de los hechos históricos, sino, sobre todo, una oportunidad para recibir las mismas gracias creadas por Dios en aquel momento, y distribuidas al pueblo judío que allá se encontraba. Por eso la Iglesia católica estimula a los fieles a repetir simbólicamente esta ceremonia, con el fin de iniciar la Semana Santa con el alma bien preparada.

En la Antigüedad, los grandes héroes militares y los atletas vencedores eran saludados con ramos de palma, para honrarlos por el triunfo alcanzado. De modo que, Jesús quiso que su Pasión, cuyo ápice se dio en el Calvario, fuese marcada por el triunfo ya en la apertura, anticipando la gloria de la Resurrección que vendría después.

Ante este contraste podemos quedar sorprendidos: ¿cómo la Iglesia combina ambos aspectos en estas circunstancias? Sin embargo, esto no nos debe causar extrañeza, ya que, en el extremo opuesto, ella contempla la Resurrección de un modo semejante. En pocos días, estaremos celebrando el magnífico rito de la Vigilia Pascual, en el cual todo será júbilo, oiremos en el Pregón Pascual notas relativas a los tormentos y a la Muerte de Cristo: “¡Fue Él quien pagó la culpa de otro, cuando por nosotros a la muerte se entregó: para borrar el antiguo documento, en la Cruz toda su sangre derramó. Pues he aquí la Pascua, nuestra fiesta, en que el Real Cordero se inmoló: marcando nuestras puertas, nuestras almas, con su divina sangre nos salvó. […] Oh Dios, cuán estupenda caridad vemos en vuestro gesto fulgurar: no dudáis en dar el propio Hijo, para la culpa de los siervos rescatar. El pecado de Adán indispensable, pues Cristo lo disuelve en su amor; oh! culpa tan feliz que ha merecido la gracia de un tan grande Redentor!” También en la lindísima Secuencia  Victimæ Paschali laudes, correspondiente a la Misa del Día de la Pascua, será dicho: “Duelan fuerte y más fuerte: es la vida que enfrenta la muerte. ¡El rey de la vida, cautivo, es muerto, pero reina vivo!”. 1 El Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, pórtico de la Semana Santa, contiene también el triunfo.

Domingo de Ramos, bendición de las palmas.

Este primer aspecto de la celebración de este domingo nos enseña cuánto es un error concebir la Redención realizada por Nuestro Señor centrándose sólo en el dolor.

También, y tal vez principalmente, ella [la Redención] comporta el Gaudio de la Resurrección, pues, si los padecimientos de Jesús se extendieron desde la noche del  jueves hasta la tarde de viernes, y su alma se haya separado del cuerpo cerca de treinta y nueve horas –como se puede deducir de las narraciones evangélicas-, el período de gloria se prolongó por cuarenta días, aquí en la tierra, y permanece por toda la eternidad en el Cielo.

Fue esta noción que les faltó a los apóstoles al ver el Divino Maestro entristecerse, sudar sangre y dejarse aprehender por viles soldados; en consecuencia, lo abandonaron. En realidad, ya no se recordaban de los reiterados anuncios que Él les hiciera a propósito de su muerte y resurrección al tercer día (cf. Mt 17, 21-22; 20, 18-19). Nuestra Señora, al contrario, si bien llena de dolor y con el corazón traspasado por una espada (cf. Lc 2, 35), no desfalleció, porque guardaba en el fondo del alma la certeza de que su Hijo resucitaría. Y cuando Él salió del túmulo, en la plenitud de su majestad, seguramente fue Ella la primera persona a quien Jesús se apareció, como ya tuvimos oportunidad de comentar. 2

¡Per crucem ad lucem! Por la cruz, se llega a la luz

Contrariamente a la quimera sugerida por cierta mentalidad muy difundida, no es posible abolir la cruz de la faz de la Tierra, pues en general todo ser humano sufre. […]

El dolor es nuestro compañero y sólo dejará de existir en el Paraíso Celestial. Es imprescindible al hombre, por lo tanto, comprender el verdadero valor del sufrimiento, pues una actitud equivocada frente a él lleva a algunos a caer en el abatimiento; a otros rebelarse contra la Providencia; a otros –quizá la mayoría- a querer esquivarse de cargar la propia cruz. […] Compenetrémonos que el dolor tiene incontables beneficios para nuestra salvación.

El combate del católico es su gloria

La lección de la Liturgia en este inicio de Semana Santa debe ser guardada en el recuerdo hasta nuestro último suspiro: ¡somos combatientes! No fuimos hechos para apoyar a aquellos que ponen sus esperanzas en el mundo, sino para defender a Nuestro Señor Jesucristo […].

En esta Semana Santa, unámonos a Nuestro Señor Jesucristo y hagamos compañía a la Santísima Virgen en los dolores que a lo largo de los próximos días se van a develar frente a nuestros ojos, con la seguridad de la gloria que detrás de ellos espera manifestarse.

Fuente: Monseñor João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen I, Librería Editrice Vaticana.
1) MISA DEL DIA DE LA PASCUA. Secuencia. In: MISSAL ROMANO. Palavra do Senhor I — Lecionário Dominical (A-B-C). Trad. Portuguesa da 2a. edição típica para o Brasil realizada e publicada pela CNBB e aprovada pela Sé Apostólica. São Paulo: Paulus, 2004, p.190.
2) Cf. CIA DIAS, EP, João Scognamiglio. Uma mulher precedeu os evangelistas. In: Arautos do Evangelho. São Paulo. N.75 (Mar., 2008); p.10-17; Comentário ao Evangelho do Domingo da Páscoa na Ressurreição do Senhor — Ano A, neste mesmo volume.

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