María: bienaventurada entre todas
Fue en los brazos de María donde estuvo Jesús en el momento de su nacimiento, y fue igualmente en sus brazos donde se depositó el cuerpo de Cristo al ser descendido de la cruz.
La vida humana está hecha de ciclos que se siguen unos a otros. Cada comienzo suele ser inseguro y frágil, pero la nueva fase se va afirmando a medida que se desarrolla, hasta llegar a su propio auge. Alcanzada la plenitud, el ciclo se agota a sí mismo, anunciando la inminencia del próximo, en una corriente de sucesivos despliegues.
Así ocurre con el sol cada día, y de la misma forma se suceden los años. Todo fin de año se da en un contexto de balance, de análisis de lo que quedó atrás. A su vez, todo año que empieza es ocasión de nuevos proyectos y lleva consigo nuevas esperanzas, pero también está marcado por la incógnita, pues el hombre nunca sabe lo que le depara el futuro.
Precisamente por eso la Iglesia, sabia maestra de la vida, instituyó en el primer día del año la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Es una forma, sin duda, para que el ser humano le consagre todo lo que anhela realizar a lo largo del año que acaba de iniciarse; pero también es un filial reconocimiento de que toda empresa -y, por tanto, todo año- debe comenzar y terminar con Ella, en Ella y por Ella. ¿Por qué?
Fue en los brazos de María donde estuvo Jesús en el momento de su nacimiento, y fue igualmente en sus brazos donde se depositó el cuerpo de Cristo al ser descendido de la cruz. Así pues, Dios quiso que el paso de su Unigénito por esta tierra se iniciara y se encerrara junto al Corazón Inmaculado de aquella que Él había escogido, desde toda la eternidad, para ser su perfecta Hija, Madre y Esposa.
Este hecho histórico, sin embargo, no es más que el reflejo terrenal de una realidad mística mucho más elevada. Nuestra Señora, constituida por Dios como Reina del universo, preside verdaderamente al gobierno que Él ejerce sobre las criaturas. En Ella todo comienza, pues toda iniciativa parte de la gracia, y ésta nos viene siempre por medio de María; en Ella, también, todo se encierra, pues el fin de las criaturas es dar gloria a Dios, y ésta solo se vuelve perfecta al pasar por las manos purísimas de Ella.
En consecuencia, María desempeña, en la vida de todo hombre, el papel de «pre-cursora» y de «pos-cursora». Cuidadosamente, Ella prepara en cada alma el camino para la actuación de Cristo y la penetración de su Palabra, de la misma forma que en Caná todo lo dispuso para el primer milagro del Salvador. Pero también es la primera evangelista, que, habiendo acogido de su Hijo la divina Palabra, la transmite maternalmente a todos sus hijos, como la más fiel intérprete del Corazón de Dios.
Con cuánta razón, pues, exclamaba María: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 48). Ella es verdaderamente bienaventurada por haber creído en la Palabra de Dios que le fue dirigida, porque de hecho se cumplirá todo lo que el Señor le ha prometido (cf. Lc 1, 45): su triunfo sobre el mal y la implantación de su Reino.
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Maravillosas e inspiradas palabras sobre la Santisima VIrgen. ¡¡Sólo un corazón ardientemente mariano es capaz de decirlas!!/*