Mons. João Scognamiglio Clá Dias ante la imagen de María Auxiliadora - Casa de Formación Thabor, Caieiras (Brasil)
Mucho se invoca a la Virgen bajo el título de Auxilio de los cristianos. ¿Qué podemos meditar sobre este apoyo puesto por Dios tan a nuestro alcance?
Cuando nos encontramos con la figura de la Virgen bajo la advocación de Auxilio de los cristianos, nuestra primera reacción suele ser de respeto ante su majestad suprema. En efecto, en esta imagen contemplamos a María Santísima ceñida con una corona y con un cetro en la mano, como auténtica reina, llevando en el brazo a su divino Hijo, Rey del universo.
Nuestra Auxiliadora está representada así para evidenciar que la ayuda que Ella dispensa es, sin lugar a duda, poderosa. Ninguna gracia supera su capacidad de intercesión, ya que la Madre de Dios lo obtiene todo de su Hijo, y para Él «nada hay imposible» (Lc 1, 37)…
Sin embargo, el mayor error que cualquiera podría cometer sería el de pensar que, siendo tan indeciblemente elevada, María es inaccesible, como lo son tantos poderosos de este mundo. ¡Ledo engaño!
La Madre por excelencia
María nos engendró para la gracia cuando, en la Anunciación, dio su consentimiento a la Encarnación de nuestro Salvador (cf. Lc 1, 38) y, más tarde, cuando ofreció la vida de su divino Hijo en lo alto del Calvario. Jesús mismo quiso confirmar esta verdad, pues desde su adorable cruz nos la entregó oficialmente en la persona del apóstol San Juan: «Al ver a su madre y junto a Ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu Madre”» (Jn 19, 26-27).
Con este gesto, el Dios humanado establecía a María como Madre, auxilio y defensa de los «desterrados hijos de Eva». Así, no es descabellado pensar que el Altísimo la creó llena de gracias también con vistas a defender la causa de sus hijos hasta la consumación de los siglos.
Ante tal responsabilidad, la humildísima Sierva del Señor no permaneció inactiva. Ella es nuestra Madre por excelencia, que nunca se deja vencer en solicitud y que beneficia incluso a quienes la ignoran o la odian. De hecho, no faltan ejemplos históricos en este sentido.
Y si María es tan buena Madre hasta con los ingratos y negligentes que la aman poco, y acuden pocas veces a Ella, «¿cuánto más amará a los que la quieren e invocan con frecuencia? “La ven con facilidad los que la aman” (Sab 6, 12). […] Ella protesta “que no puede dejar de amar a quien la ama”». [1]
María es nuestra Madre y nuestra verdadera amiga
Se cuenta que, una vez, en una clase de catequesis, ocurrió esta sorprendente escena: la catequista preguntó a los alumnos los nombres de sus mejores amigos y una niña respondió sin dudarlo: «¡Mi mejor amiga es mi madre, profesora!».
Y tenía razón. Porque, ¿cómo se define a un amigo? Es aquel que protege y consuela, que acoge y ama, que está del mismo lado en una causa; aquel con quien compartimos tanto las alegrías como las amarguras, y con quien contamos en todas las dificultades, porque nunca nos falta. Y nadie lo hace mejor que nuestra madre, especialmente en los primeros albores de la vida. Ahora bien, si tratamos a la Virgen como Madre nuestra, ¿por qué no considerarla nuestra amiga? Su ayuda en absoluto difiere del de nuestro mejor amigo.
María es la amiga verdadera que, viendo nuestra necesidad, se apresura enseguida a socorrernos, a solucionar la situación, a aliviarnos nuestras preocupaciones, incluso antes de que se lo pidamos. Como bien describe San Luis Grignion de Montfort, «los ama [a sus hijos] no solamente con afecto, sino con eficacia. […] Espía […] las ocasiones favorables para hacerles bien, para engrandecerlos y enriquecerlos. Como ve claramente en Dios todos los bienes y los males, la próspera y la adversa fortuna, las bendiciones y las maldiciones de Dios, dispone de lejos las cosas para librar a sus siervos de toda clase de males y colmarlos de toda suerte de bienes». [2]
Con una amiga tan perfecta no hay nada que temer
Amicus certus in re incerta cernitur —El amigo cierto se distingue en la situación incierta, reza el refrán. Y cuántos momentos inciertos hay en la vida… Sin embargo, para quien tiene a la Virgen por Madre y amiga no hay nada que temer, pues «no puede la benigna Reina conocer la necesidad de alguna alma sin que la socorra». [3]
En este sentido, es elocuente el episodio de las bodas de Caná: «Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: “No tienen vino”» (Jn 2, 3). El texto no deja lugar a dudas. Nuestra Señora percibió la angustiosa situación de los novios y, probablemente, éstos no le pidieron nada. Ella misma se anticipó a ayudarlos, intercediendo ante su divino Hijo. En otras palabras, Ella no es como el amigo del hombre importuno de la parábola (cf. Lc 11, 58), que sólo le respondió después de mucha insistencia. ¡Al contrario! La «gran piedad que María tiene de nuestras miserias [es la] que la impulsa a complacerse de nosotros y aliviarnos, aun cuando no la supliquemos». [4]
Auxilio infalible para los que confían
La Virgen es una amiga en todo momento, dispuesta a auxiliar en cualquier lugar o situación. Y para la mejor eficacia de su intercesión, no exige otra condición más que la confianza. La mayor alegría de esta buena Madre es ver, en los que se acercan a Ella, una total dependencia.
Un niño, aunque esté con la ropa sucia después de intensos juegos, no dudará en correr a los brazos de su madre cuando se sienta amenazado por un perro rabioso… Así debe ser la perenne actitud del fiel en relación con Nuestra Señora: aun cuando manchado por el pecado —¡sobre todo si la falta es grave!— debe correr hacia María Santísima, pues Ella tiene las llaves del misericordioso Corazón de Jesús y el remedio cierto para todos nuestros males. Por lo tanto, no tenemos por qué desconfiar de aquella de quien nunca se ha oído decir que abandonara a nadie, por peor que fuera.
Es verdad que hubo, hay y siempre habrá almas que no confían en María. Y aun así Ella va al encuentro de estos pobres infelices con increíble solicitud. Misterio de su misericordia… La conducta de la Virgen para con las almas se revela tan inescrutable como los propios designios divinos, pero una cosa es segura: Ella no se resiste a las almas que confían, como una madre no puede resistirse al cariño de un hijo.
La confianza en Nuestra Señora es, por tanto, el fundamento de toda amistad con Ella. Y tenerla como amiga garantiza un auxilio infalible.
Dentro de la amistad, un beneficio superior
Hay que entender, no obstante, otro aspecto muy importante de este vínculo con nuestra Madre Auxiliadora.
Muchas veces parece que la Reina del Cielo hace «oídos sordos» a nuestras oraciones… Sin embargo, es precisamente en este momento cuando necesitamos reconocerla. Si parece que Ella falta, su aparente ausencia constituye su propio auxilio.
Un ejemplo tomado de la vida de San Juan Bosco —gran devoto y amigo de María Auxiliadora—, durante la construcción del conocido santuario en su honor, puede facilitar la comprensión de esta verdad.
«Nuestra Señora tenía que ayudarle a Don Bosco en la realización de lo que Ella misma le sugería. Y ayudaba. Al contratista que fue a pedirle un anticipo, Don Bosco le entregó su monedero. “Es todo lo que tengo”. Y cayeron cuarenta céntimos. “Pero verás que la Virgen piensa en el asunto y usted tendrá su dinero”. Así se hizo, pero a veces con grandes dificultades.
»Tenemos que convenir en que Don Bosco debía poseer extraordinarios dones de persuasión, para que un contratista, necesitado de dinero, aceptara solamente buenas palabras. Y esto, más o menos, de una forma u otra, durante cinco años… Cinco años en los que la vida fue para él, por así decirlo, un tormento continuo, una auténtica carrera por el dinero.
»Su fecunda imaginación siempre inventaba nuevos procesos para obligar que los bolsillos se abrieran. Hacía rifas, enviaba circulares, pedía ayuda al Consejo de la Comuna, cogía su sombrero y se iba a llamar a las puertas de sus grandes bienhechores de Roma y de Florencia. Y, cuando todos los medios humanos resultaban ineficaces, despertaba en él el taumaturgo pidiendo al Cielo milagros que le permitieran pagar las deudas de la construcción y el alimento de sus muchachos.
»Y un hermoso día, de 1866, se declaraba concluido el santuario. ¡Un día grande! Una verdadera multitud asiste a las ceremonias. […] El santuario fue consagrado el 9 de junio de 1868. Y, durante veinte años, Don Bosco tuvo la alegría de ver aquella cúpula dominando la “ciudad” de Valdocco, sirviendo de corona a aquella “ciudad” que sus manos habían erigido. Ahora Don Bosco descansa en el templo que construyó en honor de María Auxiliadora… ¡Un merecido descanso!».[5]
Nuestra Señora nunca falla y podría haber facilitado perfectamente los medios económicos a favor de quien trabajaba por Ella, obrando un milagro como otrora en Caná. No obstante, si San Juan Bosco hubiera contado desde el principio con todos los donativos necesarios, ¿habría tenido la misma confianza en la Providencia al finalizar la construcción? Más que una iglesia de piedra, nuestra Madre celestial quería edificar un monumento de confianza en el alma de su amigo.
No es raro que la Santísima Virgen permita dificultades en el camino de aquellos que le son más cercanos. Y esto por una razón muy sencilla: sabiendo de antemano todos los peligros que hay en el trayecto, no duda en obligarnos a tomar atajos que, a nuestros ojos apresurados, parecen desviarnos del objetivo. En realidad, estamos siendo guiados por la ruta más fácil y segura. Basta que nos dejemos llevar por la mano auxiliadora de María.
Una relación que anima a subir
La mayoría de las veces, no obstante, nos gustaría tener una solución inmediata. Nos cuesta convencernos de que en cuestiones de progreso en la vida espiritual es preferible una solución eficaz a una instantánea…
Cuando la cruz surge en el horizonte de la vida, algunos se asombran y hasta se rebelan, pensando que la mano de Dios mismo fue quien la colocó, subestimando que Él nos pone a prueba para mayor beneficio nuestro. Imaginemos que en una ciudad ningún centro educativo, ya sea de primaria, secundaria o superior, exigiera evaluaciones a sus alumnos. ¿Quién se atrevería a dejarse operar por un neurocirujano «formado» según tal método de enseñanza?
Con mucha razón, por tanto, la Providencia nos envía duras pruebas en la vida, para ser dignos del Cielo y… ¡estrechar nuestros vínculos con la Madre de Dios! De hecho, sería casi imposible aprobar los «exámenes de la vida» con la máxima puntuación si no fuera por la endulzante ayuda de Nuestra Señora.
Sin embargo, esta poderosa amiga no admite concesiones a nuestros lados ruines y quiere, en cada oportunidad, que demos lo mejor de nosotros mismos para Dios. Es una relación que nos impulsa a subir siempre más, como lo describe el Dr. Plinio:
«Hay momentos —¡y cuántos son esos momentos!— en que aparece la flaqueza humana y el hombre hace la siguiente reflexión: sé que debería obrar de esa manera y no hacer otra cosa. Veo el peso que esto representa y necesitaría hacer un sacrificio. Con todo, este sacrificio me duele. Estoy dispuesto a hacerlo poco a poco, pero qué bien me haría si notara que una mirada bondadosa participa de mi dolor y me dice: “Es verdad, tienes que hacer este sacrificio y a mí me duele. Incluso asumo sobre mí una parte de tu sacrificio. No obstante, hijo mío, hay algo que es intransferible y tiene que ser hecho por ti, por tu gloria, por tu bien. Serías robado si te quitaran la posibilidad de sacrificarte. Haz el sacrificio, pero te miro con afecto, con compasión durante este tiempo. ¡Adelante y con valentía!”.
»El hombre, tratado así durante la prueba y en el dolor, recibe una comunicación de la fuerza del otro. Es como una persona sin fuerzas para caminar, pero que se sostiene por los brazos de otro. Su paso es vacilante, camina, pero necesita un apoyo, un brazo amigo que la sostenga. ¿Cómo no decir “muchas gracias”? ¿Cómo no sentirse bien con ese brazo amigo que ayuda? Es evidente. Ese es en gran medida el papel de Nuestra Señora». [6]
La amistad con la Virgen, a nuestro alcance
Finalmente, si es cierto que Nuestra Señora es más madre que reina, en palabras de la santa de Lisieux, [7] de todo lo dicho podemos concluir también que Ella es tan amiga como Madre de todos los hombres.
«Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro» (Eclo 6, 14), proclama con razón el Eclesiástico. Así que no perdamos el tiempo, pues el precioso tesoro de la amistad con la Virgen está a nuestro alcance. ◊
1 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO. Glorias de María. 4ª ed. Barcelona: Librería Religiosa, 1865, p. 48.
2 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, n.os 202-203. Madrid: Asoc. Salvadme Reina de Fátima, p. 136.
3 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, op. cit., p. 104.
4 Ídem, ibidem.
5 VON MATT, Leonard; BOSCO, Henri. Dom Bosco. Porto: Edições Salesianas, 1965, p. 159.
6 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. «O Santíssimo Sacramento e a misericórdia de Nossa Senhora – II». In: Dr. Plinio. São Paulo. Año XVI. Nº 182 (mayo, 2013); pp. 14-15.
7 Cf. SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS. «Dernières paroles. Carnet jaune. 21/8/1898». In: Œuvres. www.archives.carmeldelisieux.fr.