Nada más dulce, nada más santo, que el Dulce nombre de María
El nombre de la Virgen es el símbolo de su persona, que debe ser glorificada aquí en la Tierra.
Decía el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira que para las civilizaciones antiguas el nombre era el símbolo de la persona, de su realidad psicológica, moral y espiritual más profunda. Y que por ello el nombre de la Virgen debe ser tomado como símbolo de su excelsa virtud y de su condición de Madre de Dios.
‘María’ es pues, el símbolo de la grandeza incomparable de la Santísima Virgen. Festejando su nombre, festejamos su gloria en el cielo y en la tierra, en todo el universo.
La gloria en el cielo de Nuestra Señora no tiene igual: Ella, mera criatura humana pero elevada al orden hipostático relativo por su condición de Madre de Dios, es Reina de los Ángeles y de los bienaventurados; ella está por encima de todas las criaturas, incluso de los más altos serafines, lo que es mucho decir. Ella es la punta del cono de la creación, hacia su gloria converge la gloria de todos los habitantes del mundo celestial. Su Hijo divino ve esta arquitectura con alegría, pues redunda en gloria de Él.
Esa gloria que el nombre de María simboliza en el cielo, debe también realizarse aquí en la tierra; la persona de Ella y su nombre deben ser glorificados.
Una tierra habitada por santos marianos: ese sería el orden de glorificación de la Virgen
La gloria que merece la Virgen aquí en la tierra podemos imaginarla como una situación en la que todos los hombres fuesen perfectos discípulos de San Luis María Grignion de Montfort, sublime santo mariano, y por tanto perfectos devotos de la Virgen: Así decía el Dr. Plinio que debíamos imaginar una gloria terrena verdaderamente proporcional a su grandeza.
Por ello, los verdaderos devotos de la Virgen deberían estar condolidos de que a Ella no se le glorifique como se debe aquí en la tierra. Debemos luchar por cambiar esa situación, pues a esa gloria Nuestra Señora tiene derecho.
También en la Tierra como ya es en el Cielo: María Reina
Los hijos de la Virgen María, pues, no solo deben rendirle un homenaje, el más alto, pues lo merece, sino que deben ofrecerle una reparación, por todos los ultrajes que se cometen contra Ella, y deben luchar para que cese la omisión de que no sea glorificada como lo manda el Orden del Universo creado por Dios.
Así como en el cielo vigora ese Orden, donde ella es la Reina de la Gloria, así debería ser en la Tierra, que debería proclamar de forma total e incesante ‘María, Nuestra Reina de Gloria’.
Parte de esa reparación, decía el Dr. Plinio, es que a lo largo del día elevemos nuestra mente y corazón hacia Ella en homenaje. Nuestras actividades diarias e intereses personales no pueden ahogar ese grito de alabanza que Ella merece, por ser el cono sublime de la creación.
Y para ello, debemos pedir a los Santos y a nuestros ángeles custodios que nos inspiren y se unan a nosotros en esa intención, ellos que no fallan en glorificar a su Reina.
Alabándola, Ella nos retribuirá con su sonrisa, con sus gracias. Así, el Universo se ordena. Pues el nombre de María, ahuyenta el mal, aplasta al demonio, restaura al hombre.