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¡Y será renovada la faz de la Tierra!

“Formamos un solo cuerpo, y todos nosotros bebemos de un solo Espíritu” (1 Cor 12, 13). ¿Quién es el Espíritu Santo, cómo fueron las circunstancias y cuáles fueron las principales gracias concedidas a María y a los discípulos por ocasión de Pentecostés? He aquí las enseñanzas que la Liturgia nos coloca a disposición en esta fiesta, haciéndonos comprender dónde se encuentra la verdadera paz.


22 Y después de haber dicho esto, sopló sobre ellos y dijo: “Reciban el Espíritu Santo”.

En esta fiesta de hoy domingo se conmemora el descenso del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles la cual se encuentra muy bien narrada en la primera lectura (Hechos 2, 1-11). Este acontecimiento se dio después de la subida de Jesús al Cielo y, tal vez de allí surge el hecho que algunos nieguen la realidad del gran misterio operado por Él en la ocasión, narrada en el versículo analizado. Este error, más explícito en el comienzo del siglo VI, fue solemnemente condenado por la Iglesia en el Concilio Ecuménico de Constantinopla, en el año 552: “Si alguien defiende el impío Teodoro de Mopsuestia, que dijo (…) que después de la Resurrección, cuando el Señor sopló sobre los discípulos y les dijo ‘Reciban el Espíritu Santo’ (Juan 20, 22), no les dio el Espíritu Santo, sino tan sólo lo dio figurativamente (…), sea anatema” [1].

El Espíritu Santo no procede solamente del Padre, sino también del Hijo. Él es el Amor entre ambos. ¿Y cómo definir el amor? Es mucho más fácil sentirlo que definirlo. Dos amigos que se quieren mucho, al encontrarse después de mucho tiempo de separación, se abrazan fuertemente y llenos de alegría. ¿Qué significa este gesto tan espontáneo y efusivo, sino la manifestación de un amor recíproco? Los dos, casi desean, en este momento, una fusión de sus seres. El interior de las madres se deshace, sus entrañas parecen estar siendo arrancadas al ver sus hijos partir. Los que se aman quieren estar juntos y mirarse. Y cuanto más robusto es el amor, mayor será la inclinación de unirse.

Ahora bien, cuando los dos seres que se aman son infinitos y eternos, jamás ese impulso de unión podrá mantenerse dentro de los estrechos límites de una mera tendencia emocional, como muchas veces pasa entre nosotros los humanos. Entre el Padre y el Hijo, ese Amor es tan vigoroso que hace proceder a una tercera persona, el Espíritu Santo.

Nuestros amores, en no raras circunstancias, son volubles. Dios, muy al contrario, porque se contempla a sí propio, Bueno, Verdadero y Bello, eterna e irreversiblemente, se ama desde todo y siempre y para siempre, y, tal cual afirma San Agustín, de ese amor hace proceder una tercera persona infinita, santa y eterna, el Divino Espíritu Santo. El amor es eminentemente difusivo y por eso tiende a comunicarse, a entregarse.

Curiosa es la diferencia, de la forma empleada por una y otra persona para comunicarse con el género humano.

En el Evangelio de Juan, esta donación del Espíritu Santo tiene en vista la facultad de perdonar los pecados:

23 “A quien perdonen los pecados, ellos les serán perdonados; a quien no perdonen, ellos les serán retenidos”.

¡Qué grande don concedido a los mortales por medio de los sacerdotes: el perdón de los pecados! ¡Por otro lado, qué inmensa responsabilidad la de un Ministro de Dios! De él dice San Juan Crisóstomo: “Si el sacerdote ha conducido bien su propia vida, pero no tuvo cuidado con diligencia de la de otros, se condenará con los réprobos” [2].

Conclusión

¡Cuánto se habla de paz, hoy día, y cuánto se vive en el extremo opuesto de ella! El interior de los corazones está lleno de tedio, aprensión, miedo, desánimo y frustración, cuando no de orgullo, sensualidad y falta de pudor. La institución de la familia se va transformando en una pieza de anticuario. Las ansias de obtener, no importa por qué medio, sin tener en cuenta los derechos ajenos, va caracterizando todas las naciones de los últimos tiempos. En síntesis, no hay paz individual, ni familiar, ni en el interior de las naciones.

Es porque nuestros ojos deben dirigirse a la Reina de la Paz a fin de rogar su poderosa intercesión para que su Divino Hijo nos envíe un nuevo Pentecostés y sea, así, renovada la faz de la tierra, como mejor solución para el gran caos contemporáneo. ◊

[1] Canon 12 in Denzinger, Ench. Symbol. nº 224

[2] Santo Tomás de Aquino, Catena Áurea, in Jo, c 20, l 3.

Mons. João S. Clá Dias, EP in “Lo inédito sobre los Evangelios” [Fragmentos] Volumen III, Librería Editrice Vaticana.

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