La virulencia es violenta. Se vive la incógnita de cuánto durará esta peste. El Señor tiene en su mano el gobierno del mundo y el corazón de los hombres.
Numerosos
artículos de opinión, en periódicos y redes sociales, sea por avance del
coronavirus – que va provocando decenas de miles de muertes -, sea por el
impacto económico que comienza a producir, se preguntan: ¿cómo será el día de
mañana? A todos preocupa el después.
Nadie
sabe, cómo, ni cuándo terminarán los efectos de esta terrible pandemia. Destacan
que hay un antes y un después, que nada será igual. Históricamente, las pandemias,
como las guerras, como también un terremoto, un tsunami, un huracán, modificaron
la forma de vida de las sociedades; preocupa la recuperación, la vuelta a la
normalidad. Dolor, muerte, desolación, acaban desbaratando el modo de vida que
antes se llevaba.
Se
ha sentido la debilidad del mundo moderno, este “gigante con pies de barro”, hasta
hoy considerado poderoso e indestructible como el majestuoso transatlántico
británico Titanic – cuyo lema era: “ni Dios lo hunde”- que, en su viaje
inaugural, desapareció bajo las aguas tras haber sido golpeado por un iceberg. Tragedia que nos llena de enseñanzas sobre un
estado de espíritu optimista existente, frente a lo que consideraban que no se
podía hundir. Hoy muchos temen que…no se volverá atrás, a la normalidad.
Noticias
hay, que nos causan profundo dolor. Conmueve lo que ha estado ocurriendo en
Guayaquil, la calificada “capital económica del Ecuador”. La ciudad se ha
transformado en “una morgue al aire libre”. Cientos de cadáveres se acumulan en
las calles, familias que se ven obligadas a convivir con el cuerpo de sus
parientes muertos en sus casas varios días. No hay lugar en los cementerios, se
ha producido un colapso por tantos muertos.
Los
Estados Unidos no están lejos de los acontecimientos. Anthony Fauci, experto en
enfermedades infeccionas y asesor del gobierno, afirmó que entre 100 y 200 mil
personas podrían morir por el Covid-19, y llegar a millones de posibles
contagios.
Los
médicos, enfermeros, y todo el personal sanitario en general, están valientemente
trabajando sin horarios, y con el peligro de contagiarse. En España y
Argentina, hacia el fin del día, la gente que está en cuarentena, en sus casas,
hace un “aplausazo” para ellos. Qué linda actitud de agradecimiento a aquellos
que están arriesgando la vida por los otros, verdaderos héroes dentro de la
pandemia. En Italia, lamentablemente, ya han fallecido más de 80 médicos; el
maléfico y mortal virus, los tomó desprevenidos.
La
virulencia es violenta y, al mismo tiempo, se vive la incógnita de cuánto
durará esta peste. Delicada situación que pone ante la alternativa de salvar
vidas y al mismo tiempo evitar el colapso de la economía mundial.
La
catástrofe económica en los Estados Unidos es fuera de serie, en dos semanas se
han perdido 10 millones de puestos de trabajo. Especialistas consideran que se
perfila la caída de la economía mundial más profunda de los últimos 100 años.
El Fondo Monetario Internacional, a través de su directora Kristalina Georgieva,
aseguró que la economía mundial entró en una “recesión, igual o peor que la de
2009”.
En
los Estados Unidos, temores dentro de la pandemia llevaron a un aumento del 58
% de la venta de fusiles y pistolas. En el sur de Italia sospechan de fuertes
protestas sociales y saqueos tras de ellas.
Dramático
lo que nos muestran las informaciones, que no dejan de venir contaminadas por
las “fake news”.
La
soñada y vivida globalización, ha sido obstaculizada en sus capilaridades por
el virus: fronteras terrestres, marítimas y aéreas cerradas, se acabó la
comunicación entre naciones. Todo el mundo en casa, ni con los vecinos puede
“globalizar” a no ser…por medios digitales.
Todo
llegó de improviso, derrumbando la “normalidad” que vivíamos.
Pero,
nos preguntamos: ¿qué era la normalidad en qué estábamos? Vean que estoy
hablando en pasado, un pasado que tiene poco más de un mes… Pienso – como no
pocos – será difícil volvamos al ritmo de vida de antes, a la “normalidad”.
Ocurre que el mundo vivía,
en realidad, una situación de “a-normalidad”. Si hacemos un recorrido, rápido y
superficial, sobre el “vivir” anterior a la cuarentena, quedamos espantados. La
familia en crisis, la juventud descarriada, la muerte de los no nacidos, los
ancianos y enfermos bajo la amenaza de la eutanasia, los niños sufriendo
aberrantes enseñanzas contra la moral, músicas con alabanzas al demonio o
incentivando los bajos instintos del hombre, la pérdida del pudor en las
vestimentas, una criminalidad galopante, atentados y guerras, etc. ¡Lista
alarmante! Materialismo, hedonismo, impiedad. Bien alertaba San Juan Pablo II: “Una
vida construida sin Dios y sus Mandamientos se vuelve contra el hombre”.(7-6-1999).
Dentro de este
panorama, creo que lo más importante a resaltar es la crisis de fe del tiempo
considerado como una “normalidad”. Ya lo alertaba el Papa Emérito diciendo: “en amplias zonas de la
tierra la fe corre el peligro de apagarse como una llama que ya no encuentra
alimento” (27-1-2012).
Hasta
hace pocos días podíamos ir a la iglesia a rezar, asistir a la Misa, si era
necesario confesarse, comulgar; había bautizos, casamientos, confirmaciones, se
recibía la unción de los enfermos. Pasamos inesperadamente, por las medidas
preventivas, a la terrible situación que nos hace recordar tiempos de los
primeros cristianos en las catacumbas durante las persecuciones religiosas, de
las grandes guerras o catástrofes naturales, en que la figura del edificio de
la iglesia se eclipsa de nuestras vistas. Pasamos repentinamente a estar en
casa, en la “iglesia doméstica”. Nos vienen a la mente las palabras de San
Saturnino de Abitinia y sus compañeros (Túnez, año 304), que fueron
martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la
Eucaristía: “sin el domingo no podemos vivir”.
Frente
a lo que está ocurriendo, parecería que Dios está indiferente, da la impresión
de que la Iglesia está sepultada, está muerta. No nos dejemos engañar por las
circunstancias. No puede esta situación
desanimarnos. Jesús, Nuestro Señor, resucitó a Lázaro, después se resucitó a si
propio. Caminemos para la alegría de la resurrección de la Iglesia, por más que
en apariencia parezca muerta.
Lázaro
apareció más bello, más fuerte. La Iglesia aparecerá más bella, más fuerte, más
militante que nunca. Estos momentos de prueba, debemos aprovecharlos para aumentar
nuestra fe, crecer en virtud, en santidad, preparándonos para el momento de la
glorificación de la Iglesia. Porque si bien que la iglesia ha cerrado sus
puertas, cuando se reabran, será muy distinta.
La veremos como un lirio que nace en el lodo del pecado, en la noche
tenebrosa de la falta de luz, en medio de la tempestad en que parece todo
perdido.
Es
el “después” de esta crisis. Nadie sabe bien cómo saldremos, pero, “si alguna vez se puede pensar que la barca de
Pedro esté realmente en medio de vientos en contra difíciles – es verdad -, sin
embargo, vemos que el Señor está presente, vivo, que el resucitado realmente
está vivo y tiene de su mano el gobierno del mundo y el corazón de los hombres”
(Benedicto XVI, 4-6-2012). ¡Confianza!,
recordemos las palabras de Nuestra Señora en Fátima: “por fin, Mi Inmaculado
Corazón triunfará”.