La solución para el problema del mal

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La solución para el problema del mal

Hasta en el momento de la aparente derrota, el Sumo Bien siempre vence.


En la meditación de la Liturgia del Domingo de Ramos encontramos el fiel de la balanza para el problema de la lucha entre el bien y el mal. Con la Encarnación, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, el mal sufrió su derrota definitiva, porque comenzó a tener efectos sobre la faz de la Tierra el régimen de la gracia. Fue este el medio determinado por la Sabiduría Divina para terminar con la vitalidad y el dinamismo del linaje de satanás, el cual, disconforme, hace todo para vengarse; por esto la lucha entre el bien y el mal continúa sin treguas, hoy más que nunca.

Con respecto a nosotros, católicos, no podemos ignorar tal realidad, en la cual estamos inmersos. Y debemos estar muy atentos para un aspecto de suprema importancia: este embate se traba también dentro de nosotros. De la misma manera como en el Paraíso terrestre existía la serpiente, en nuestro interior hay serpientes que hacen un trabajo mucho más ladino que el demonio con Eva. Son nuestras malas tendencias, en virtud del pecado original, siempre escondidas, esperando una oportunidad para arrastrarnos al partido de los tibios e indiferentes. En esa batalla interna nos toca mantener el mal amordazado y humillado, y dar al bien toda la libertad, lo que sólo podemos alcanzar con la gracia de Dios.

Cierto es que cuanto más avanzamos en la virtud, más puede levantarse contra nosotros una fuerte oposición del poder de las tinieblas. Dos mil años de historia de la Iglesia nos muestran con que facilidad esa oposición se transforma en odio y en persecución. No obstante, no temamos, con lo que nos pueda suceder, seguros de que, como dice San Pablo, “todas las cosas confluyen para el bien de aquellos que aman a Dios, de aquellos que son elegidos, según sus designios” (Rm 8, 28).

Avancemos así, seguros con los ojos fijos en Aquel que “se manifestó para destruir las obras del demonio” (I Juan 3, 8), pues ¿Quién es el diablo en comparación con Nuestro Señor Jesucristo?

El mal es limitado, el bien infinito

Como enseña la filosofía perenne, el mal es una ausencia de bien. El mal absoluto no existe, al contrario de lo que pretenden las corrientes dualistas.  Tratándose de una mera negación del bien, por sí solo no tiene fuerza para derrotarlo. Dios es el Sumo Bien, el Bien en esencia, y quien se una con integridad a Él, en consecuencia se tornará invencible, como que revestido de la propia omnipotencia divina.

De estas reflexiones, nacidas de la Liturgia que abre la Semana Santa, debemos sacar una lección para nuestros días, en que el mal y el pecado campean con arrogancia por el mundo entero: de la lucha entre el bien y el mal resulta necesariamente la victoria del bien, de modo que, temprano o tarde, los justos serán premiados y “harán brillar como una antorcha su justicia” (Ecl 32, 20). En el momento en que una parte ponderable de la humanidad da las espaldas a su Creador y Redentor, somos llamados a creer con firme confianza que, como Nuestro Señor triunfó antaño contra las apariencias de derrota, triunfará de nuevo restableciendo el verdadero orden: “En el Señor pongo mi esperanza, espero en su palabra” (Sal. 129, 5). ◊

Mons. João S. CLÁ DIAS, EP. In: “Lo inédito sobre los Evangelios” Volumen III, Librería Editrice Vaticana

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