Prudencia y radicalidad: ¿una contradicción?

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Prudencia y radicalidad: ¿una contradicción?

A lo largo de su vida pública, Nuestro Señor enfrentó grandes conflictos y luchas contra los errores de su tiempo, con miras a ser un ejemplo para todos los siglos. ¿Cuál es hoy la actitud católica ante los errores de nuestro tiempo: la condescendencia o la intolerancia?


A menudo, cuando nos deparamos a una determinada situación decisiva, nos enfrentamos a pensamientos como: “juzgue bien”, “analice bien” o “sea prudente”.

Sin embargo, ¿qué es la prudencia?

Ella puede ser entendida como una cualidad que se adquiere a través de un razonamiento sólido y excelente, especialmente en circunstancias decisivas, cuando se es capaz de distinguir cuáles son las consecuencias favorables o desfavorables para el sujeto. Como resultado, los argumentos son razonables, las palabras acertadas, e incluso los gestos más pequeños se regulan con la debida cautela, evitando posibles desacuerdos, desaveniencias y confusiones que puedan resultar desfavorables.

Sin embargo, se podría decir que esto se aplica más propiamente a ciertos hechos en los que se presenta un error de manera clara o encubierta, o en aquellos casos en los que se demuestra que las ideologías se han desviado de la verdad. En estos momentos, según una concepción unilateral, la “prudencia” siempre parece desaconsejar atacar o denunciar las faltas y deficiencias de los demás. Por tanto, meterse en dificultades o ser demasiado exigente no son actitudes de un hombre prudente; cuando no habría necesidad de exponerse con palabras duras y severas, generadoras de discordia, optando por el camino del diálogo. Después de todo, todo entra en orden con palabras suaves y llenas de gracia…

¿Es este realmente el significado auténtico de la prudencia?

Santo Tomás de Aquino, basado en Aristóteles, define la prudencia como “la recta razón del actuar, [1] de aquello que debe hacerse” [2]. Él explica que es una virtud que permite al hombre razonar sobre los medios buenos y útiles para la consecución de un determinado fin bueno [3]. Como afirma el Aquinate, cualquier falla que exista en relación a la realización de este fin será soberanamente contraria a la prudencia; pues, como el fin es, en todo orden de cosas, lo más importante, así el fracaso con respecto al fin es muy malo. [4]

No obstante, el relativismo reina más que nunca en nuestro tiempo. Para el establecimiento de una supuesta “paz mundial”, se cree que los medios para lograr este orden, este consenso y entendimiento entre todos los hombres, obligan a permitir y ceder en la mayoría de los casos a ciertos errores y fallas, y, por lo tanto, a “condescender con el mal” en beneficio de esta tan ansiada “paz”.

¿Es este el camino que debe recorrer el católico?

La radicalidad de Jesús

Los Santos Evangelios contienen las largas jornadas de la vida pública de Nuestro Señor. Hay varias situaciones en las que el Divino Maestro se enfrenta a situaciones intrincadas, por ejemplo, cuando los recaudadores de impuestos le cobraron el impuesto didracma. Entonces, Jesús ordenó a San Pedro que arrojara el anzuelo al mar y recogiera la moneda que estaría en la boca del primer pez encontrado, para pagar el impuesto de los dos, pues dijo: “No conviene ofender a esta gente” (Mt 17, 24-27). Sin embargo, su prudencia no solo se manifestó en su divina astucia, sino también en su radicalidad.

Esta radicalidad, expresada en la alianza entre la prudencia, la fortaleza y la justicia, no permitía en modo alguno, por parte de Jesús, indicios de condescendencia con los malvados, sino que denotaba una completa intransigencia y beligerancia contra los vicios e iniquidades de su tiempo.

Vemos en las enseñanzas de Jesús una intolerancia radical contra el pecado: “Si tu mano te es ocasión de caer, córtatela; Mejor te es entrar en la vida lisiado que con las dos manos ir al infierno de fuego inextinguible” (Mc 9, 43). En el episodio de la expulsión de los comerciantes del templo, Jesús teje un látigo, derriba las mesas de los cambistas, echa a todos fuera del recinto y pronuncia palabras rígidas: “Quita esto de aquí, y no hagas la casa de mi Padre una casa de comercio” (Juan 2, 13). Seguimos viendo a los fariseos y saduceos como blanco constante de la reprimenda de Jesús, que los trata como “raza adúltera y perversa” (Mt 16, 4), “hipócritas”, porque lo honraban sólo con los labios (cf. Mt 15 , 7), “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 27), “serpientes y generación de víboras”: “¿cómo escaparéis del castigo del infierno?”. (Mt 23, 33). Los incesantes “ayes”, símbolo de la maldición divina, se pronuncian contra ellos a lo largo del capítulo 23 de San Mateo: “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos hipócritas, limpian la copa y el plato por fuera, pero por dentro estás lleno de hurto e intemperancia” (Mt 23, 25-28). “De cierto os digo que ya han recibido su recompensa” (Mt 6, 16).

Finalmente, habría innumerables pasajes que describen el radicalismo y la intolerancia de Nuestro Señor en relación con el pecado y los malvados.

No vine a traer la paz…

Sin embargo, en muchos entornos, ¿no parecería este radicalismo una imprudencia? ¿No sería más apropiado adoptar actitudes más benévolas, conciliadoras y menos contundentes que estas?

Aquí están las palabras de Jesús: “¿Crees que he venido a traer paz a la tierra? No vine a traer paz, sino división” (Lc 12, 51). “División”, ¿por qué?

Porque “todo el que proclame el amor de Dios comenzará por dividir y romper” [5]. La virtud de la justicia exige de la prudencia que lo que es de Dios sea atribuido a Dios, es decir, que la verdad no se cuente a medias, sino que se proclame. Y la fortaleza clama a la prudencia para que el pecado y el error sean denunciados sin temor ni recelo, porque “el reino de Dios en Jesús, manifestado por la expulsión de los demonios y la lucha contra sus feroces enemigos, ya no admite la neutralidad. Hay que elegir”. [6]

Por tanto, los católicos no deben tener miedo de seguir los pasos de su Pastor, porque con su venida a la tierra, “la radicalidad llegó a abarcar toda la existencia cristiana” [7].

[1] Recta ratio agibilium.

[2] TOMÁS DE AQUINO. Comentario a la Ética a Nicómaco de Aristóteles liv. VI, lec. IV, 852. Navarra: EUNSA, 2010, p. 372.

[3] Cf. S. Th. II-II, q. 47, a. 4. In: Ibid. Suma Teológica. São Paulo: Edições Loyola, 2005, v. 5, p. 591-592.

[4] Cf. S. Th. II-II, q. 47, a. 1. In: Ibid., p. 587.

[5] MATURA, Tadeo. El radicalismo evangélico. Retorno a las fuentes de vida cristiana. Madrid: Publicaciones Claretianas, 1980, p. 190.

[6] Ibid., p. 187.

[7] Ibid., p. 18.

Por Guilherme Motta

Gaudium Press

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2 Comments

  1. José Luis Silva dice:

    Es la pura verdad, hoy vivimos bajo una campaña que, bajo el pretexto de la «paz» se tolera todo. El artículo tiene toda la razón, no hay incompatibilidad entre la prudencia y las posiciones firmes. Gracias por publicar./*

  2. Luciana G. dice:

    Agradezco a los Heraldos por difundir estos tan interesantes artículos./*

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