“Es todo un mundo que necesita ser rehecho desde los cimientos, que necesita ser transformado de selvático en humano de humano en Divino, es decir, según […]
El Reino de Dios está dentro de nosotros. Ahora bien, a pesar de ser pequeño en su extensión, él tiene un valor infinito porque costó la Sangre de Cristo. Por eso, cada uno de nosotros debe conquistarlo para Nuestro Señor, destruyendo todo aquello que, en nuestro interior, se oponga al cumplimiento de su Ley.